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En el recuerdo

Mariano Peñalver

  • Cuanto más tiempo transcurre desde el fallecimiento de Mariano Peñalver, con mayor fuerza crece mi valoración de las aportaciones filosóficas y admiración por las elevadas dimensiones humanas de este pensador

LES confieso que, cuanto más tiempo transcurre desde el fallecimiento de Mariano Peñalver, con mayor fuerza crece mi valoración de las aportaciones filosóficas y admiración por las elevadas dimensiones humanas de este pensador que, en contra del proceso de parcelación de las ciencias humanas que últimamente estamos padeciendo, nos proporcionó una renovadora concepción integradora y totalizante de los diferentes saberes y una permanente voluntad de construir una síntesis armónica entre las múltiples disciplinas de Ciencias y de Letras, y entre las diversas opciones vitales. Ya somos muchos los compañeros y los alumnos que, conforme pasan los días, lo echamos más de menos.

Recuerdo en estos momentos cómo, con esa delicadeza y eficacia con las que él emitía sus juicios, comentaba cómo, mientras abundaban los profesores universitarios que hablaban de matemáticas, de literatura o de filosofía, escaseaban los que hacían matemáticas, literatura o filosofía. Él defendía que la Universidad, además de información, debía desarrollar las destrezas y las habilidades para resolver las cuestiones que tienen que ver con la vida real y cotidiana: con la propia y con las de los conciudadanos.

Otro de los temas reiterados en sus textos escritos, en sus conferencias y en sus conversaciones, era la urgente necesidad de integrar cada una de las disciplinas en un plan coherente, equilibrado y unitario, apoyado en la unidad y en la complejidad del ser humano, y en su integración física y vital con la naturaleza. ¿Cómo es posible -se preguntaba- que los miembros de una institución denominada "Universidad" se ignoren mutuamente y que no existan canales institucionalizados de intercambio de información? Hoy, más que nunca, las Letras necesitan de la ayuda de las Ciencias y éstas requieren la colaboración de las primeras. Según él, en la situación actual en la que, al mismo tiempo exigimos una creciente especialización y una urgente eficiencia, hemos de reconocer que todas las asignaturas universitarias son inter- y pluridisciplinares. Por esta razón Peñalver propició diversos lugares de encuentro entre los diferentes especialistas con el fin de facilitar un diálogo permanente, no sólo con las que compartían una titulación o se enseñaban en la misma Facultad, sino también con otras que se estudiaban en carreras diferentes. Ésta era la manera -según él- de estimular la creatividad, la innovación y el desarrollo sostenible, ésta era la forma de generar el crecimiento humano e, incluso, la eficiencia económica. Por eso él insistía una y otra vez en la necesidad de conectar cada una de las disciplinas con las demás: "porque cerrarse -repetía- es condenarse a morir, porque lo cerrado y lo clausurado sólo puede reiterarse y repetirse, y porque la reiteración conduce al equilibrio antrópico que, como saben los físicos, es el principio de la inmovilidad, otro nombre de la muerte".

En nuestras frecuentes conversaciones, Mariano Peñalver repetía con insistencia que la Filosofía, las Matemáticas o la Literatura que no están ligadas a la vida no es Filosofía ni Matemáticas ni Literatura. Por eso él apoyaba sus pensamientos en las "vivencias", en esas experiencias hondas del vivir, del amar, del disfrutar, del trabajar, del envejecer, del enfermar y del morir. Por eso él, gozoso de vivir en su tiempo, buscó en las doctrinas de los autores clásicos y en las teorías de sus contemporáneos las claves hermenéuticas para interpretar y para valorar los episodios cotidianos, y por eso él trataba de diseñar unas propuestas renovadoras para reformar las instituciones y, sobre todo, para buscar unas pautas que nos perfeccionaran a nosotros mismos. 

El pensamiento filosófico de Mariano Peñalver, sus convicciones éticas, su sensibilidad estética y sus gestiones de gobierno forman un entramado complejo cuya unidad, armonía y coherencia es necesario tener en cuenta para interpretar y para valorar cada una de sus facetas humanas y para calibrar sus diversas tareas profesionales. Probablemente el rasgo más característico de su personalidad fue el equilibrio inestable que mantuvo uniendo la profundidad de su pensamiento con la exquisita delicadeza de su talento artístico y con la amplia capacidad para mantener los principios éticos en sintonía con los cambios rítmicos de los diversos tiempos. Ésta es, a nuestro juicio, la clave que explica su permanente preocupación de pensar de acuerdo con sus comportamientos y de actuar en conformidad con sus pensamientos; ésta es la explicación de su concepción de la existencia humana ligada a su peculiar consciencia del tiempo y de los espacios, de la vida y de la muerte, de la palabra y del pensamiento, del cuerpo y de la mente, esos conceptos en los que él insistía en sus conversaciones y en sus artículos de opinión: "somos tiempo que pasa y por eso los tiempos vacíos son los que más nos aterrorizan. Pero es en esos tiempos en los que el vivir se remansa y en los que nace la reflexión".

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