Historia

La Hispanidad hoy

  • Un repaso al origen de la actual fiesta y a su encaje en el mundo actual

Retrato de Miguel de Cervantes.

Retrato de Miguel de Cervantes.

El próximo 2022 se cumplirán 500 años de la llegada a Sanlúcar de Barrameda de la nao ‘Victoria’ con tan solo 18 hombres y al mando de Juan Sebastián Elcano. Con ello se culminaba una fantástica hazaña, nada más y nada menos que la primera vuelta al mundo, que se inició tres años antes, bajo el patrocinio de la Corona de España, con la salida de cinco naves y una dotación de unos 250 hombres. Era el inicio de la primera gran globalización de la historia y el complemento idóneo a la otra gran hazaña, el Descubrimiento (cómo llamarlo si no) de América en 1492. A primera vista, al menos de momento, no da la impresión que un hecho de tan magna dimensión, salvo honrosas excepciones, esté siendo seguido y reconocido como debiera, no solo ya a nivel español sino fuera de nuestras fronteras, pues su enorme trascendencia afecta a toda la humanidad. Pensando en el ámbito anglosajón, preferentemente Estados Unidos, no quiero imaginar, si ellos hubieran sido los protagonistas, cómo se habría estado proyectado ya, dentro y fuera de sus fronteras, bajo la forma de publicaciones, series de televisión y, cómo no, una gran película épica como solo ellos saben realizar. Los nombres de España (en este caso Estados Unidos), Magallanes, Elcano... estarían sonando con tal grandeza y popularidad que hasta nosotros los habríamos adoptados como propios. Aún así, esperemos prudentemente acontecimientos, antes de sacar unas conclusiones que puedan resultar precipitadas

Paradójicamente, muy al contrario, en estos días asistimos precisamente a una serie de declaraciones más o menos extemporáneas, algunas de ellas, incluso, subidas de tono, que, de todas formas, no resistirían el más mínimo debate académico debidamente sosegado y contrastado con datos objetivos, que de todo hay. La prueba más fehaciente la tenemos en el hecho de que la mayor parte de estas declaraciones, si no todas, no provienen de renombrados historiadores, sino que obedecen a interesadas iniciativas llevadas de la precipitación de quienes opinan, incluso hasta pontifican, con manifiesta ligereza. Con ello, se olvida uno de los principios más elementales de la ciencia histórica, consistente en no juzgar acontecimientos del pasado con la mentalidad de ahora, que nos introduciría, además, en un bucle revisionista del que nunca saldríamos. Consiguientemente, ese olvido nos lleva a la elaboración de una serie de clichés, como los que estamos viendo, a los que no deberíamos otorgar mayor importancia, habida cuenta de las bases en que se sustentan. Bien es verdad que, con la aceptación de algunos de ellos, se corre el riesgo de provocar una cierta distorsión de todo un legado histórico, patrimonio de un colectivo y que no tiene por qué ser exclusivo de una sola nación, aunque, como en este caso, se trate de España. A tal efecto, me gustaría saber cómo los historiadores de dentro de cien o ciento cincuenta años tratarán la realidad actual, bien sea nacional o internacional. Igual nos llevaríamos grandes sorpresas sobre lo que escribirán en el futuro sobre el presente que vivimos, muchos de cuyos principios y creencias tomamos como axiomas poco menos que irrenunciables, pero que el tiempo, con su implacable perspectiva, puede ir modulando o relativizando. Se trata de una constante a la que nadie puede sustraerse, incluso aquellos que se creen en posesión de la verdad absoluta.

El último presidente de las Cortes de Cádiz fue un mejicano, el sacerdote José Miguel Gordoa Barrios, diputado por Jalisco, que, luego, una vez regresado a su país de origen, sería obispo de Zacatecas. Cuenta la prensa del momento que, después de un encomiástico discurso en favor de los logros conseguidos por la Constitución de 1812, salió a hombros desde del Oratorio de San Felipe en dirección a la plaza de San Antonio. Desconozco si este hecho se sabe lo suficientemente bien, pero no estaría de más ponerlo de relieve como uno de otros muchos, relativo a esa historia común de los pueblos hispanoamericanos con España, por lo demás en unos momentos, corría el año 1813, en que habían comenzado ya los primeros brotes independentistas. Olvidamos, de paso, que la primera Constitución que tuvieron los territorios actuales de Florida, Nuevo Méjico, Tejas ... fue precisamente la promulgada en Cádiz aquel 19 de marzo.En 1881 el IV Congreso Americanista acordó que la fecha del 12 de octubre de 1492 debía ser recordada todos los años con la solemnidad y el reconocimiento requeridos, declarándose en 1910 día de fiesta en países como Honduras, Guatemala, Paraguay... Aunque fue el presidente de Argentina, Hipólito Irigoyen, quien en 1917 le dio un mayor realce, bajo el pretencioso lema de ¡Día de la Raza’. Argumentaba que su decisión obedecía a “una irrenunciable herencia de un legado que debemos afirmar con jubiloso reconocimiento”. Un año después el gobierno de Antonio Maura hizo lo mismo en España, aunque no fue ya hasta el franquismo cuando se acuñó lo del Día de la Hispanidad, que en la actualidad ha devenido en Día de la Fiesta Nacional.

Con todo, la actualidad se impone y los análisis que ahora hacemos, si queremos ser rigurosos, han de huir tanto de polémicas estériles, que no conducen a nada y solo crean controversias de corto recorrido, como de nostálgicos recuerdos del pasado. Todo ello, sin menoscabo de la ingente labor que llevó a cabo España en el Nuevo Mundo. Ni tan siquiera ahora, nuestro país es el primero en número de habitantes que hablan español, superado con creces por Méjico y Estados Unidos, dentro de una población de más de 500 millones de hispanohablantes.

En consecuencia, el afianzamiento de la Hispanidad debe ir por los derroteros de la cultura, la historia y, sobre todo, de la lengua española, esa gran seña de identidad. Cuestión aparte es la de que España sirva de puente entre Europa y aquellos territorios, apreciación esta que ya empezó a vislumbrarse desde 1492. Nuestra visión ha de consistir, pues, en afianzar ese espacio común dentro de un mundo cada vez más globalizado, pero que también contempla unas cuantas realidades, que aún conservan una equivalencia compartida dentro de su complejidad.

Si todo ello no sabemos cuidarlo y potenciarlo en ambas orillas del Atlántico, entonces sí habremos fracasado conjuntamente y no solo España.

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