Cádiz

Emprendedor Gallardo

Manuel García Gallardo , el día que se inició el juicio por el caso Quality Food en 2019. Manuel  García  Gallardo , el día que se inició el juicio por el caso Quality  Food en 2019.

Manuel García Gallardo , el día que se inició el juicio por el caso Quality Food en 2019. / Lourdes de Vicente (Cádiz)

Escrito por

Pedro Ingelmo

Me puedo figurar el suspiro de alivio cuando el pasado jueves los miembros de la sala de la Audiencia Provincial de Cádiz conocieron que las dos partes del caso Quality Food habían llegado a un acuerdo y que el ideólogo de aquella planta de comida preparada reconocía sus delitos con tal de librarse de una posible pena de cárcel y, a cambio, el Consorcio de la Zona Franca, que había amparado la feliz idea, se veía libre de cualquier posibilidad de tener que indemnizar al acusado con más de veinte millones de euros. Así es, puede haber unos jueces para una cosa y para la contraria. Contado así suena tan absurdo como les sonaría a los de la Audiencia que se enfrentaban a dieciséis días de testimonios para hablar de algo que sucedió hace más de veinte años. Cuando un caso se mantiene vivo en nuestra veloz justicia después de veinte años uno ya no sabe ni lo que está juzgando. Por eso seremos simples y les contaremos las cosas con trazo grueso para que más o menos se hagan una idea de algo de lo que ya casi nadie se acuerda.

Lo primero es situarse no hace veinte, sino hace veinticinco años. El personaje principal es Manuel García Gallardo. Por entonces Gallardo es un chaval de familia medio bien de San Fernando de veintitantos años que pertenece a la camada del grupo de emprendedores que va a parir la UCA y que lidera las Nuevas Generaciones del PP en La Isla. Son los años dorados del aznarismo, que promueve la figura del joven que se abre paso con grandes ideas porque el individualismo es el padre y la madre de todas las hazañas. El joven Gallardo cree firmemente eso y como otros antiguos alumnos emprendedores de la UCA. con los que se reúne asiduamente, pone su idea sobre la mesa: comida preparada. Era 1999. En aquel año Larry Page y Sergey Brin habían fundado Google, así que, en comparación, tampoco es que pareciera que Gallardo hubiera inventado la rueda.

Gallardo, que cree firmemente en la fuerza de su revolucionaria idea y en su imbatible marca, Quality Food, se instala en una oficinita de la calle Rochester de Cádiz, su particular ‘garaje’ fundacional. Y aunque su ideología le lleva a creer en el hombre que se hace a sí mismo comprende pronto que una palanquita de dinero público nunca viene mal para que las grandes ideas como la comida preparada, por ejemplo, se hagan más grandes aún. Entonces es el PP el que lo impregna casi todo y España va como un tiro -luego vendría lo del tiro en el pie-. Al PP de entonces le gustaba gente como Gallardo. Personajes como él eran una tesis que demostraban sus hipótesis. Se ve arropado y en el partido, que controla el Consorcio de la Zona Franca, creen que una idea tan brillante tiene que tener un hueco en este organismo impulsor del emprendimiento.

En aquella época está al frente del Consorcio una persona tan buena como ingenua. Su nombre es Miguel Osuna. Es fácilmente manejable y no tiene problema en acoger con entusiasmo al que le digan que es entusiasmante, como ese chiquillo de San Fernando que aún no ha cumplido los 30 años. Así es como llega Gallardo a la Zona Franca con sus comidas preparadas. Gallardo, del que sus primeros empleados hablan bien, un buen chico, está creciendo y está creciendo rápido. Se codea con los que mandan y tiene mucha labia. En su cabeza Quality Food empieza a tener unas proporciones desproporcionadas. Habla de abrir plantas en Vigo, de inundar de comida preparada el país. Para eso tiene que contar con los mejores. Es verdad que hay abogados y profesores de la UCA que le advierten de que todo tiene que ir más despacio, que se le está yendo de las manos. Y así está siendo, pero él no lo ve. De hecho, empieza con los manejos, con las ampliaciones de capital que no lo son y todas esas cosas que hay que hacer para que una idea sea verdaderamente grande.

Sus primeros colaboradores empiezan a abandonarle, pero él sabe que son ellos los que se equivocan. Contrata a lo grande. Se trae a un ejecutivo de la consultora Deloitte como director general. El tipo le pide un sueldo de 85.000 euros al año, coche bueno de la empresa y chalé pagado en El Puerto y él se lo da. Sus más críticos hablan de Gallardo como un chaval vanidoso impresionado por el lujo. Tampoco es para tanto. Juega al golf, le gustan los coches caros y vivir bien, pero esa no es su obsesión. Su obsesión es haber creado un negocio sin precedentes. Tanto que la Zona Franca decide entrar en el accionariado no de cualquier manera, sino con el 51%. Vista de lince. Osuna figura como el ejecutor de semejante osadía, pero en el PP saben que Osuna hace lo que le dicen. Se arrepentirá durante años de una decisión que no fue suya y que le llevará al banquillo librándose de una condena por los pelos. En la sentencia se admite cierta negligencia, pero no se aprecia que fuera consciente de los chanchullos de García Gallardo.

En actas posteriores, cuando el caso ya se ha judicializado y el agujero es una mina al aire libre, se pueden leer las acaloradas discusiones de los miembros del Consorcio sobre quién pudo haber tenido la brillante idea de que lo de la comida preparada pudiera dar para tanto, pero también lamentos acerca de haber puesto a la abogacía del Estado detrás de un asunto que podía haber llevado a la quiebra a la Zona Franca. Porque en marzo de 2004 estallan unos trenes de cercanías en Atocha, una carnicería, y el país pega un volantazo. El PSOE de Zapatero toma el Gobierno y en 2005 el nuevo delegado de la Zona Franca, el socialista José de Mier, se topa con el expediente Quality Food y decide abrir una causa judicial por estafa y apropiación indebida. No se corta, pone 11 querellas, entre ellas una que se le vuelve en contra porque un juez de lo mercantil considera que las acciones adquiridas por el Consorcio se pagaron por debajo de su coste. En fin, estos líos que nadie entiende porque parecía claro que, en realidad, las acciones de Quality Food no valían nada. En cualquier caso, los nuevos gestores del Consorcio consideraban que García Gallardo había ocultado la ruinosa evolución de la empresa y que había indicios de que la compra de acciones había sido fraudulenta.

A la porra

Quality Food se había ido a la porra, pero Gallardo era un emprendedor de raza. Mientras las ruinas de la empresa de comida preparada se paseaban por los juzgados, el isleño se rehace y esto tiene gracia, ya verán: ¡Gallardo monta otra empresa de comidas! El nombre de la nueva firma será Brassica Group. Y conseguirá muchos muchos contratos para servir comidas en colegios públicos. Mi hijo fue uno de los usuarios de Brassica Group en su etapa de Primaria y recuerda aquellas comidas como una “experiencia gastronómica singular”. Brassica Group ganó decenas de contratos con la Junta ¡socialista! 30 millones en contratos y más de cien centros escolares. Y Gallardo había cometido, además, el pecado de haberse casado con una dirigente ¡socialista! Para el PP, Gallardo ya era material fungible. Con Brassica Group, cuya comida difícilmente puede ser recordada como quality food, las cosas no fueron bien. Con el tiempo sufrió alguna huelga, alguna queja escolar y los proveedores dejaron de cobrar y en 2013 entró en concurso de acreedores. A día de hoy, sigue ahí.

Aunque Gallardo, un emprendedor nato, siguió con diferentes negocios, la pista mediática se le pierde hasta que vuelve a aparecer en plena pandemia cuando la Junta denuncia ante la Fiscalía que hay un intermediario que quiere cobrar cinco millones de euros al SAS por la venta de inservibles tests del covid. Hoy sabemos que aquello de las comisiones no era lo extraño, sino la pauta. Las crisis son momentos de oportunidades, le habían enseñado a Gallardo en sus cursos de emprendedores de la UCA. Aquello no tuvo recorrido. Primero fue puesto en libertad con cargos y después se le pegó carpetazo porque las administraciones prefirieron no mirar en las carpetas de aquellos meses en los que se suspendieron los cortafuegos legales mientras los españoles estábamos encerrados en casa muertos de miedo.

Me cuentan desde el Partido Socialista que aquel asunto se cerró en falso. El caso Koldo y el del novio de la presidenta madrileña Ayuso han desatado las hostilidades. Los socialistas están dispuestos a abrir la caja de Pandora y no les extrañaría que Gallardo fuera una víctima colateral. “Vamos a ir a por todos los comisionistas, tengan el color que tengan”. Ya veremos. Pero eso es otro capítulo en la vida de aquel joven que descubrió la fórmula mágica de vender comida mediterránea preparada al mundo porque le habían enseñado que las ideas de un solo individuo mueven el planeta.

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