A Emilia Cabrales

Obituario

Fernando Pérez

17 de junio 2024 - 06:00

Nació en 1926 con los ecos de la guerra de Marruecos aún latentes y con el rey Alfonso XIII reinando de aquellas formas. Su vida comenzó en Barcelona porque su padre, José Cabrales Gaviño, estaba embarcado en la línea que unía Cádiz con la ciudad Condal. Al lado siempre su madre, Emilia López Gazzo, familia de apellido italiano pero muy gaditana. Su tío Rafael fue presidente del Cádiz Cf en los años 40. Por su venas corría sangre genovesa, que junto a los montañeses, buscaron el muelle gaditano, epicentro de la humanidad en el siglo XVIII, para hacer la carrera de las Indias. De ahí sus tirabuzones de pelo rubio casi blanco y sus ojos verdes. Creció en la calle Bilbao, al lado de Candelaria. Siendo adolescente estalló la guerra civil. Siempre me contaba que le daban miedo los “moros”, las tropas africanas de Franco, porque le querían tocar sus cabellos rubios. Pasó hambre, como tantos españoles en la posguerra, y a pesar de eso fue feliz y disfrutó de la vida con sus hermanos Pepe, Margarita y Antonio, con su tía Carmela y su tío Juanelo, también todos en la gloria de Dios. También fue feliz con su admirado tío Cosme y Arsenia y trató con cariño a su suegra Carmen y a su cuñada Carmelita Pérez Lage.

Cádiz era su pasión pero no era especialmente consumidora de la gaditanía empalagosa y chovinista. Devota de Medinaceli, del Sagrado Corazón de Jesús, de su Ecce Homo y de su iglesia de San Pablo, y sobre todo del Santísimo Sacramento. Le apasionaba el flamenco y presumía de que su padre fue amigo íntimo de Aurelio Sellé. Era amiga de sus amigos y siempre dejaba una sonrisa por donde pasaba. También tenía genio y carácter y siempre quería hacer las cosas a su manera. Quiso a su marido, Higinio, como a nadie y siempre lo tuvo presente.

Y quiso a sus hijos con todo su corazón repartiendo mucho amor para su nieto y sus sobrinos.

Se va una parte de un Cádiz que ya solo nos queda en el recuerdo. Un Cádiz de la plaza Candelaria, plaza de Mina, calle Ancha y Alameda. Un Cádiz de ultramarinos y de plaza de abastos. Un Cádiz del casco antiguo y de misa en el Carmen o San Francisco dependiendo de la época del año.

Se nos va un Cádiz que ya no volverá. Y nos quedamos con una pena profunda e inconsolable los que siempre la recordaremos con alegría y como parte de nuestra existencia y de nuestro ser. Sin ella, la vida será otra cosa.

Adiós, Emilia. Un beso, mamá.

Descansa en paz junto a los tuyos.

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