Cultura

¿Dónde está Falla, dónde está Quiñones...?

Fachada del Gran Teatro Falla de Cádiz. Fachada del Gran Teatro Falla de Cádiz.

Fachada del Gran Teatro Falla de Cádiz. / D. C.

En los días señalados, abren el baúl, sacan la vieja caja de fotografías, y los discursos se tiñen de un blanco y negro apulgarado, aburrido, no por los nombres que se conjuran –¡ni mucho menos!– sino por la dejadez y la desidia, la auténtica carcoma, que devoran los recuerdos y vacían de sentido el pasado. Volvió a ocurrir en la entrega de Medallas de Oro al Mérito en las Bellas Artes –se repite en cada campaña electoral, en cada visita institucional, en cada gran evento que recala en la ciudad, por cierto, la mayoría de carácter cultural–, se desempolva el bonito adorno vintage que arrastra toda una cadena de regios eslabones, personalidades que han dado gloria a Cádiz y que, en cierta manera, han contribuido a su construcción real y mítica. Entre unos y otros, entre poderes municipales, regionales y nacionales, confeccionaron un listado de lo más completito pero mientras desfilaban las obras inmortales, los versos de los poetas, el duende de los flamencos, el talento de los compositores que nacieron en nuestra ciudad, muchos gaditanos nos preguntamos. ¿Dónde está Fernando Quiñones? ¿Dónde está Manuel de Falla? ¿Dónde está Chano, La Perla? ¿Dónde está Abarzuza?, en el día a día de nuestra ciudad.

Se lo cuento. Los pocos que sobreviven en la memoria de los gaditanos presentes lo hacen gracias a las iniciativas ciudadanas. ¿Qué sería de la huella en Cádiz del autor de La canción del pirata sin que un día una serie de gaditanos se agruparan en una plataforma?, ¿qué sería de La Perla sin su peña?

Su rastro se perdería, como se ha perdido el de nuestro más universal creador. Sin casa natal a la que acudir, sin museo, sin lugar para dedicar un recuerdo, Manuel de Falla es un teatro y, para unos pocos, un festival perdido. Como Felipe Abarzuza es, con suerte, la mano que recreó el falso paraíso en un falso fresco cada vez más descuidado, en un coliseo con mejor lejos que cerca (el Falla se está cayendo a pedazos).

El flamenco, por su lado, duerme en las estatuas, en las placas y, los afortunados, en los nombres de las calles. Chano, Mariana, Conchita, El Mellizo, Beni de Cádiz... Nos consta, sí, que se anda trasteando con el centenario de Antonia Gilabert, pero de La Perla hay que acordarse con apoyo decidido a la difusión de su figura sin necesidad de una fecha en rojo en el calendario.

Las autoridades insisten en sus discursos-cementerio que huelen a muerte. Cada nombre de un flamenco que se erige en sus proclamas, serán cruces sobre lápidas mientras que en Cádiz no apuesten por un festival de la altura de las vecinas Jerez y Sevilla.

No digo que no sea habitual este empeño de los servidores públicos en sacar la retahíla de las glorias pasadas, digo que no es normal resignarse a asistir a un desfile de fantasmas. Ni han cuidado nuestro patrimonio cultural –el que nos viene dado del pasado–, ni cuidan al talento presente –que se va, que no tiene lugar ni apoyo para crear–.

En este país desmemoriado, decía un condecorado Víctor Manuel en la cita de marras, vales lo que vale tu último trabajo. En Cádiz, ni eso. La cultura y sus artífices han demostrado una y mil veces su peso en oro pero siguen siendo esa complementaria programación paralela que discurre junto, pero sin tocar, a la inversión principal.

La trimilenaria, la constitucional, la iberoamericana, la fenicia, la romana, la genovesa, la libertaria, la señorita del Mar, la salada clarada... Cuántos poetas te cantan, qué pocos mecenas pagan la deuda. La cultura de Cádiz, el viejo baúl de estampas de tiempos mejores, algunas ya casi desgastadas (María Gertrudis Hore, Alejandrina Gessler Anselma, Rosario la Mejorana...) Cádiz, el eterno escenario; ¡mejor!, la paciente musa. Lástima que nadie confíe en ella como en la pujante creadora.

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