Los mayores

Coronavirus en Cádiz: Riesgo mayor

  • Es la población mas vulnerable y se enfrenta al coronavirus con respeto pero "sin miedo"

Una mujer recoge con una cuerda la bolsa con alimentos que le ha dejado su hijo

Una mujer recoge con una cuerda la bolsa con alimentos que le ha dejado su hijo / Jesús Marín

En una calle céntrica de un cierro sale una cuerda que llega hasta la altura de la calle. Es recogida por unas manos que le anuda una bolsa de plástico con alimentos para que vuelva a ser subida. Abajo el hijo, arriba los padres. Tan cerca y tan lejos a la vez y son demasiados días ya. Esta escena se repite en otros muchos puntos de la ciudad aunque sea dejando las bolsas en la puerta de la casa o en el portal.

Esto en el caso de los que tienen familia. En la calle Suárez de Salazar del barrio de Santa María está sentado en un escalón Servando Barrero. Tiene 74 años y tienes problemas de movilidad, ya que tiene que ayudarse con un andador. Cuando va a comprar lo hace por etapas y por eso se encuentra parado en ese lugar. Sus pies están tan hinchados que los zapatos están rajados para que le quepan los pies. Cuando llega a su casa tiene que subir él mismo la compra hasta el segundo piso. Como no puede cargar mucho peso, “me tengo que ir llevando los mandados poco a poco”. No tiene nadie que le ayude, excepto un vecino que le ayuda a subir la compra si está en su casa.

Su batalla no es el coronavirus: “A mí lo que me da miedo es cuando me caigo” y que le roben, porque ya lo han hecho en varias ocasiones.

Josefa Martínez Martínez va con una pañoleta tratando de taparse la cara, con guantes y con un carrito camino de la plaza Jesús de la Sentencia. El confinamiento le ha pillado sola porque a su hija, que vive con ella, le ha cogido el virus en Prado del Rey. Se le llena la cara de alegría cuando habla de su familia “con los que hablo todos los días tres veces y me harto de llorar”.

Margarita Delgado se ajusta la mascarilla con sus manos protegidas con guantes. Margarita Delgado se ajusta la mascarilla con sus manos protegidas con guantes.

Margarita Delgado se ajusta la mascarilla con sus manos protegidas con guantes. / Julio González

Carmen se encuentra charlando con el propietario del puesto Sierra de Cádiz en el Mercado Central. Perdió a su marido hace un año y vive muy cerca de este equipamiento municipal. Se encuentra sola y obtiene compañía mientras hace la compra charlando. Dice que no le tiene miedo ninguno al coronavirus y cuando se le pregunta si recibe alguna asistencia por parte de los servicios sociales o algún colectivo, lo niega en rotundo: “Yo no entiendo nada de papeles”.

Servando Barrera dice que “a mí lo que de verdad me da miedo es cuando me caigo”

Margarita Delgado Cervantes lo lleva mejor. Dice que no se aburre en su casa.Va a comprar dos o tres veces en semana, de manera que sólo sale para lo imprescindible. Lo que echa más de menos es su paseo diario ya que debe andar porque tiene diabetes y el contacto con los familiares pero asegura que está pasando el confinamiento sin agobiarse: “Internet y el móvil nos está ayudando mucho estos días”.

La residencia de mayores Fragela es casi un búnker estos días. Los 78 residentes permanentes llevan confinados desde días antes de que se produjera el estado de alarma. Los empleados del centro que dirige Pablo Otero están tratando de que a los mayores se les pase el día de la manera más liviana posible. Para ello el personal está dando el máximo. Lo que sí han perdido los mayores es el contacto físico con las familias pero para ello se hace un vídeo todos los días de tres o cuatro minutos que se envía a las familias para que puedan hacer un seguimiento diario. Además, también realizan videollamadas para que puedan verse todos los días a través de la pantalla.

Antonia Aragón es una de la mayores residentes en Fragela y desde luego el confinamiento no le ha hecho perder la alegría. Durante la conversación telefónica se ríe a carcajadas en varias ocasiones. Dice que se encuentra ”estupendamente. Llevo el confinamiento con mucha paciencia porque otra cosa no podemos tener”. Su hermano la visitaba todos los días desde que ingresara hace un año. Le llevaba a dar un paseo “porque yo siempre he sido muy callejera y me gustaba mucho pasear”. Ahora lo hacía con una silla de ruedas “pero es que me mareo” suelta con una risa contagiosa. Dice que no le tiene miedo al virus: “A mí los que preocupan son los que están en la calle” .

Adolfo Bolea, en la residencia de Fragela, con la camiseta que le dio el Cádiz hace un tiempo. Adolfo Bolea, en la residencia de Fragela, con la camiseta que le dio el Cádiz hace un tiempo.

Adolfo Bolea, en la residencia de Fragela, con la camiseta que le dio el Cádiz hace un tiempo. / RF

Al que fuera futbolista y entrenador Adolfo Bolea le conoce casi todo el mundo. El Cádiz le entregó hace poco una camiseta con el número 8 que está enmarcada en una de las paredes de la residencia. Pasa el día “haciendo gimnasia y paseándome”. Tiene tres hijos y cuatro nietos a los que ve por videollamadas durante el confinamiento. Tampoco tiene miedo: “Aquí hasta ahora hemos tenido suerte. Esto es un búnker” Y emocionado tiene palabras de agradecimiento hacia todo el personal que le cuida en la residencia.

Adolfo Bolea está en la residencia Fragela: “Aquí hemos tenido suerte. Esto es un búnker”

La juventud es una actitud. Al menos eso decía Picasso y eso piensa Chari Romero. El brillo de sus ojos y la claridad de su voz desmienten su edad. Su optimismo, esa filosofía de vive el momento sin pensar en el futuro, tampoco la ha doblegado durante el confinamiento. Chari vive sola desde hace 18 años tras enviudar y casarse su único hijo. Sin embargo, cosas del destino, el estado de alarma le ha pillado acompañada. “Mi hermana se ha mudado de casa y la nueva no se la dan hasta junio, así que decidimos que se viniera unos meses conmigo. El primer día de confinamiento coincidió con el primero del estado de alarma este. Ahí fue cuando empezamos a compartir piso, como yo digo”.

Su hermana, Paqui, tiene 87 años pero el mismo optimismo. Con una risa capaz de llenar de alegría el rincón más lóbrego de la tierra. La rutina de ambas es casi militar. “Nos levantamos muy temprano”, cuenta Chari. “Hacemos algo de footing por el pasillo. Primero una y después la otra. Un, dos, un, dos… arsa… a darle alegría al cuerpo. Después nos duchamos y desayunamos. Lo llevamos bien dentro de lo que cabe. Hay mañanas, cuando tenemos ganas de marcha, que nos ponemos un poquito de música salsera y bailamos las dos, para mantenernos activas, porque como esto siga así no vamos a poder movernos cuando el presidente nos dé permiso para salir. Luego hacemos la comida, almorzamos y nos ponemos a ver una novelita cada una en su tele. A veces me asomo a la ventana, porque vivo en un bajo, y los vecinos que pasan me preguntan que cómo lo llevo. Tres años y un día me han echado hijo… qué mala soy. Porque eso sí, qué me gusta un cachondeo”, dice riendo.

Chari y Paqui Romero posan tras la ventana. Chari y Paqui Romero posan tras la ventana.

Chari y Paqui Romero posan tras la ventana. / PME

Paqui también lo lleva bien. Y eso que ha sufrido un duro golpe estos días con la muerte de una persona muy querida en Sevilla de manera repentina. El maldito coronavirus no ha permitido que Paqui, Chari y toda su familia le diera a Mari la despedida que se merecía. Es una espina clavada que tardará en sanar.

Chari reconoce que tiene ganas de salir. Claro. “Las dos llevamos aquí metidas más de un mes. Sin salir para nada. Echo mucho de menos a mis nietos, pero es lo que hay. La compra nos la trae un muchacho que es una maravilla y que nos va a la plaza, a los puestos que sabe que nos gustan, al súper, nos recoge la lista primero, le damos el dinero y luego nos la trae. Por eso estamos tranquilas, pero nos gustaría por lo menos salir a dar un paseíto por la Alameda a que nos dé un poquito el sol, que vamos a salir andando como Chiquito de la Calzada”.

A Chari Romero y a su hermana Paqui le hace todos los días los mandados un chico que va a la plaza y al supermercado"

Más duro se le está haciendo a Marisa Camacho. En su caso la soledad se ve acentuada por la muerte hace poco más de año y medio de Manolo, su marido, con el que pasó toda su vida. “Aún no me había acostumbrado a estar sola cuando ha ocurrido esto. A veces la casa, el silencio de la casa, se me viene encima, voy andando como si fuera un chivo que conducen siempre por los mismos caminos, como robotizada. Hay días mejores y días peores, pero lo cierto es que es duro”.

Marisa tiene tres hijos, pero la situación hace que mantenga el contacto a través del teléfono y las nuevas tecnologías. No es cuestión de contagiarse. Reconoce que la soledad le hizo comprarse una perrita hace unos meses y que “al menos puedo darle un par de paseítos, uno por la mañana y otro por la tarde, por abajo de casa. Y luego juego con ella. No sé si me va a volver loca la perra o si ya lo estaba o qué está pasando. Pero desde luego esto es terrible. Ojalá que pronto podamos volver a nuestra vida normal”, concluye.

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