Esa sensación: la de saber que quien tienes delante es un trilero de alta gama pero, oh, no todos lo pillan. Es fácil perderse en el encanto superficial, o en el cabreo por incompetencia, por estupidez, por ridículo ajeno. Eso ha ocurrido, hasta el momento, con el primer ministro británico: ante cada boutade, cada payasada, cerrábamos los ojos: "No puede ser tan idiota". Boris Johnson juega a interpretar el papel de hermano desastroso-pero-encantador de toda familia de posibles. "En el fondo, es buena gente", es la reacción que intenta despertar en el receptor. En el fondo, es como uno de nosotros. Una versión british -y mucho más letal, ya ven el alcance- de nuestro Bertín Osborne patrio. Creo que gran parte de la indignación de Hugh Grant -que lo llamó "pato de goma sobrevalorado"- viene porque le tiene cogida la medida: ha interpretado muchas veces, y mucho mejor, al personaje que Johnson intenta emular.

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