Con la venia

Fernando Santiago

fdosantiago@prensacadiz.org

La ciudad de los premios

Debe haber gente que ya no tiene pared en su casa ni repisa en el mueble bar para colgar tanto reconocimiento

Parafraseando a Ramón Gómez de la Serna o quien fuera que lo dijo: en Cádiz cuando las siete dan o te dan un premio o lo das. No hay ciudad que dé más premios que Cádiz. Vamos a ver: que levante la mano el que no tenga un premio en su casa bien sea en forma de placa, de diploma, de metopa, de metacrilato, de figurita alegórica o de lo que fuere menester. Todo el mundo en Cádiz ha sido reconocido alguna vez por alguien. Hay centenares de asociaciones, peñas, colegios profesionales, instituciones públicas, partidos, sindicatos que reparten premios como rosquillas. Algunos las dividen por categorías y otros las tiran a pelú, como hace LLORECA que reparte cada año lo menos 50. Debe haber restaurantes con varios premios. A veces se premia la gracia, la lucha por cualquier causa noble, los años que lleva no sé quién repitiendo algo que a juicio de los premiantes es digno de ser reconocido o ser hermano del Nazareno, un poner. He estado en jurados que han concedido premios y he recibido algunos. Es raro que haya un jurado que debata en profundidad si merece el premio tal o cual persona. Incluso estuve una vez en un jurado de una conocida y centenaria entidad de la ciudad que no llegó ni a reunirse: el presidente, que lo era del jurado, me llamó para decirme si yo estaba conforme con tal y cual premio. Dije que sí y a partir de ese momento prometí mi ausencia. Estuve en uno donde me pagaron generosamente por media hora de reunión, por lo que no rechazaré repetir. En esto de los premios habría que decir como una vez respondió Miguel Ángel Aguilar: ¿este favor que me haces es honorífico o pensionado? Es decir, una cosa es que te premien con un cheque, por mucha deducción fiscal que tenga, y otra que te larguen una placa para colocar en el mueble bar (muy divertida la anécdota sobre Fernando Quiñones que contaba en su Facebook Javi Osuna días pasados). Debe haber gente que ya no tiene pared en su casa ni repisa en el mueble bar para colgar tanto reconocimiento. Luego es preciso ir al acto de entrega que suele tener el tormento añadido de los discursos de los premiados que agradecen a media humanidad haber alcanzado tal logro con el plúmbeo corolario del presidente de la entidad que aprovecha el momento para castigar al auditorio con una extensa intervención leída donde da rienda suelta a su retórica decimonónica. En las entidades más rancias incluso se estima un honor ser admitido en su seno, por lo que te dan una medalla a tal efecto. El Ateneo y las academias son un vivo ejemplo, chaqué incluido.

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