El voto secreto

Es lo mismo, no nos gusta decir a quién no vamos a votar, a quién vamos a votar

El voto secreto siempre es un secreto. Demasiada gente lo tiene por dogma. Lo llevo de mi casa guardado como un viático. Incluso va cerrado, con saliva para el pegamento del sobre. Es como algo de conciencia. A nadie le interesa, sólo a mí. Por eso ocurren las sorpresas. ¿Es como el cuento del ginecólogo que ponía en la ficha de la paciente el sexo del feto y si acertaba enseñaba la ficha y si no, no? No dudes que te voy a votar, dicen algunos al candidato, sabiendo que ni loco lo harán. ¿Muchos así? En Melilla son más prácticos, venden el voto directamente. Esto viene de muy atrás. Un político del siglo XIX, Romero Robledo, también los compraba. Llevaba una bolsa con monedas o un propio al lado que daba sobre y moneda. Le llamaban los vicios de la democracia. Ahora está el secreto y el viejo dicho español: quien quiera saber, mentiras a él. No solemos decir a quiénes vamos a votar, tampoco a los que no vamos a votar. Por eso son tan falibles las encuestas. No hablo de las precocinadas, hablo de cualquiera. Difíciles a tope las que hacen en Galicia, de creer el tópico regional: ¿y por qué me lo pregunta?, ah, no lo sé todavía, señor. Sonrío, le pongo la musiquilla. Pero es lo mismo, no nos gusta decir a quién no vamos a votar, a quién vamos a votar. Porque puede traer consecuencias, los políticos tienen mala memoria salvo para las ofensas, las promesas electorales, las declaraciones solemnes, todo eso, se juzga en otro negociado. Hay un caso que se presenta a las elecciones al que sus mentiras les acompañarán siempre. No pasa nada, el partido va sobrado. El voto secreto siempre es un secreto, sólo algunos concretos y las militancias se suponen que cumplen sus compromisos. ¿El resto? Ya decía, espérate al próximo domingo. El voto secreto todavía no es el voto obligatorio. Bueno, moralmente sin duda lo es, estamos obligados a votar; salvo fuerza mayor, hay que ir a votar. Pero al 75%, que yo recuerde, no se llega. Y en muchas ocasiones, ni al 50%. Obligatorio, pues. Usted va y vota, y si no quiere votar a ninguna, vote en blanco, o sea, pone el sobre en la urna bien cerradito y vacío, pero lo pone y va. Curioso que sea obligatoria la asistencia a las mesas electorales como integrantes y no como electores. Pero el dato enseguida se diluye en los porcentajes de los votos. Dicen que el partido tal ha obtenido el 28 % de los votos emitidos pero no dicen que ese 28% es el 4,2% de los votos totales. O sea, una birria. De todos modos, la democracia es siempre perfectible, quién sabe si algún día…

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