Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
Cambio de sentido
Hay una cosa de estos tiempos que me rebela, la comento con ustedes por si acaso les pasara. Se trata de esos mails en cuyo membrete o asunto reza en negrita y mayúsculas: URGENTE. Más aún cuando se trata del primer correo –no un segundo de recordatorio del plazo que se extingue–, en el que el gestor de turno se toma la libertad de darte así, de partida, un empujón con la tez, por no decir con los cuernos. Peor aún son esos casos en los que llevamos semanas esperando que el gestor de turno al fin se digne a desbloquear ese asunto en concreto, para que podamos prepararlo sin asfixia, con entrega y cariño. No solo llegan tarde sino también metiendo prisas: esto es una metáfora exacta de estos tiempos. De la pandemia no aspiraba a salir mejor, pero al menos sí un poco más lenta, con más tiempo no solo para una, también para hacer cuidadosamente cada cosa. No hay manera.
Pero hay otra cosa de estos tiempos que me rebela más todavía, y la comento con ustedes por si también acaso les acosan. Se trata de esos mismos agentes expeditivos y cagaprisas cuando, después de haberte obligado a desatender lo que estabas haciendo para ocuparte inmediatamente de su urgencia, al ratito los lees en las redes hablando de mindfulness, del poder del ahora o contra el trabajo opresivo. Compensaciones de saldo –y contradicciones– como esta, que bien sirven de placebo, están a la orden del día. Cada vez es más usual recibir un correo el sábado por la tarde y, de no responder, tener una llamada el domingo temprano en la que te preguntan si todo bien, si lo has recibido. La misma persona que te llama un domingo para ver qué hay de lo suyo es capaz de despedirse de la conversación con un “Cuídate. Y desconecta un poco, hija, que no paras”. Comienza a preocuparme la amabilidad con la que respondo en tales circunstancias. Ya verán que un día la lío. Lo llamativo es que esto no sucede únicamente con los trabajos. Se ha escrito poco de la demanda continua de atención que nos exigen y exigimos en un mundo cada vez más sobreestimulado.
Así las cosas, lo mejor es tratar de vivir sin incordiar y resistirnos a la exigencia de atender cada wasap en tiempo real. No son las fotos –que también, los selfies sobre todo– las que roban el alma. Es esta ola de aceleración, ay Val del Omar, la mayor conocida en la historia de la humanidad, la que nos deja sin nosotros mismos y nos impele a exigir a los demás que se dejen atrás también, y vengan a ponernos el chupe con urgencia.
También te puede interesar
Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
En tránsito
Eduardo Jordá
Te vigilamos
El Palillero
José Joaquín León
Premios y honores gaditanos
La ciudad y los días
Carlos Colón
Fellini, casullas pop y lucecitas
Lo último