¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Objetivo Opus Dei
Un espanto. He estado tratando de buscar una palabra para definir lo vivido este fin de semana en Madrid con el sagrado cónclave de la ultraderecha europeo y mundial, que ha acabado en un escándalo diplomático de primer nivel entre dos países históricamente tan unidos como España y Argentina. Y he terminado considerándolo un espanto, del que esperemos que no nos curemos. En su primera acepción, la Real Academia Española, lo define como “terror, asombro, consternación”, en la segunda como “entre curanderos, enfermedad supuestamente causada por un susto”, en la tercera como “fantasma” y en la cuarta, que considera en desuso pero que creo que los ultras están resucitando, como “amenaza o demostración con que se infunde miedo”. Para mí que las cuatro definiciones se pueden aplicar a esta reunión, que otros han llamado akelarre.
En esa especie de kermés tétrica, se vieron y escucharon ataques contra los homosexuales, las mujeres, los inmigrantes (ese colectivo culpable de todo), la justicia social, el ecologismo, el reparto de la riqueza y en general contra todo lo que ha hecho avanzar a la humanidad en los últimos siglos. Y lo peor es que todos estos conceptos son perfectamente discutibles si se debatiera con argumentos más o menos sólidos y no con descalificaciones, insultos y acusaciones no probadas, es decir con las peores armas, las que llevan a la descalificación y el linchamiento moral del adversario político o ideológico.
Así hemos tenido que escuchar al presidente argentino, sin cortarse, y a los asistentes aplaudir con entusiasmo, que el socialismo es cancerígeno y causante de millones de muertos. Y uno de los más entusiastas aplaudidores era el líder de Vox, que se declaró partidario de “colgar por los pies” al jefe del Gobierno español, elegido democráticamente.
El espanto viene de ver reunidos a todos esos peligros para la democracia europea y española y al mismo tiempo conocer las encuestas que les dan un amplio apoyo para las próximas elecciones al Parlamento de Estrasburgo, como si este continente fuera ya tan viejo que hubiese perdido la memoria de los horrores que los correligionarios de los reunidos en Madrid perpetraron no hace tanto. Ni siquiera el hecho de que en nuestro país los hubiéramos sufrido hasta tiempos recientes con la dictadura hace recapacitar a muchos de los participantes en esta orgía de improperios y testosterona sudorosa.
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