Porras

Era un ejército silencioso hasta que llegaron estos isleños maravillosos, Porras, Maripepa, Lola… Manos a la obra, con el uniforme de pedir, con las horas empleadas en hacer, construir, soñar, conseguir

Bien pensado, y yo no sabía para nada que Porras se iba, que estaba muy enfermo, José Manuel debía estar muy satisfecho con su vida. Ha dejado una obra. Muy importante. Un día, hablando de Lola Garzón, otra ‘fenómena’, que se dice en la Isla, junté las obras que habían hecho posible lo que llamé entonces con cierto éxito “La Isla Amable”. El trípode de esa construcción de la felicidad, lo formaban Maripepa Castañeda, Lola Garzón y José Manuel Porras. Pero había más, personas esforzadas, de gran temple, que se habían entregado a una obra para los demás, enfermos o no enfermos. Hace meses que vengo viviendo el derramen cerebral de un amigo, un buen y verdadero amigo. De toda la vida. Ha sobrevivido pero ha cambiado la vida de su familia. Completamente. Cuando algo así, de este fuste, te llega cerca puedes ver las dificultades que surgen. La normalidad desaparece. Desde las obras que hay que hacer en la propia casa hasta los obstáculos que la ciudad opone a la nueva vida, que es salir de la vivienda, circular por las aceras, llegar a los hospitales, recibir las fisioterapias y demás cuidados. Esta sociedad de longevos arroja unos porcentajes desoladores de enfermos de Parkinson, Alzheimer… Además de los paralíticos cerebrales, más los parapléjicos y tetrapléjicos, en general la discapacidad producida por los procesos degenerativos y los diversos accidentes. Era un ejército silencioso hasta que llegaron estos isleños maravillosos, Porras, Maripepa, Lola… Manos a la obra, con el uniforme de pedir, con las horas empleadas en hacer, construir, soñar, conseguir. Todos buscaron aliados, amigos por todas partes. Con un único objetivo, hacer posible el sueño de que tantos y tantos enfermos discapacitados, neurodegenerativos, paralíticos cerebrales, asaltados por la demencia, tuvieran un fin digno, con cuidados, atenciones. Humanidad. Por eso empezaba diciendo que José Manuel Porras, que sabía de vicisitudes más que nadie, si lo pensó, estaría satisfecho de sí mismo, de lo logrado. Sabiendo además que no era fácil, que era muy difícil. Sí, no sabía que estaba muy enfermo. Le he visto varias veces, como siempre. Por la Isla. Y ya se ha ido. Deja una obra bien hecha pero ya se ha ido. Deberíamos envidiarlo todos, envidiarlo de esa envidia buena, esa envidia bonita. A la que llamanmos envidia los andaluces, que no es la tristeza del bien ajeno, que dice el catecismo, sino lo contrario, la gran alegría de haber visto como el esfuerzo lograba resultados. Y que además era para los demás, los enfermos imposibles llamados paralíticos cerebrales, nada menos, ese horror.

El nombre de José Manuel Porras no debe ni puede desaparecer de la ciudad, es un emblema de la construcción de la Isla amable, la ciudad necesaria. Sólo así podremos superar la tristeza de su pérdida.

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