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Javier Maldonado Rosso

Impuestos municipales sobre el pan y el aceite

PESE a la difícil situación económica del momento, muy negativa desde años atrás, como es sabido, por causa de la gravísima crisis padecida por España, la contribución fiscal continúa incrementándose con nuevos impuestos extraordinarios.

Como se venía recaudando menos de lo previsto por los conceptos de pan y aceite, el día 21 de mayo la Municipalidad acordó sacar a pregón el arriendo de estos ramos.

Cuando hay campos sin cultivar, fábricas paradas, comercios cerrados, una notable tasa de desempleo, familias que viven en la escasez, parte de la población emigrada, descontento social, incertidumbre respecto al futuro inmediato, etc., el Ayuntamiento continúa adelante con los impuestos para hacer frente a los gastos del Ejército Imperial.

La situación de los portuenses es ya insostenible: simplemente, es imposible pagar más impuestos, aunque se recurra para ello a la vía de apremio militar.

¿De qué estamos hablando?, se preguntará usted, porque habrá observado una cierta confusión en lo dicho. Está en lo cierto: he empleado deliberadamente el presente histórico para llamar más su atención (si cabe) sobre la gravísima situación que se vivió en El Puerto durante la Guerra de la Independencia.

Ese 21 de mayo en el que la Municipalidad jofefina acordó sacar a subasta los impuestos sobre el pan y el aceite fue el del año 1811.

Desde el día 5 de febrero de 1810, El Puerto estaba ocupado por tropas del autodenominado Ejército Imperial. Y todos los gastos que acarreaba (que eran muchos e incluían los caprichos del duque de Bellune y demás jefes de su estado mayor) se sufragaban mediante impuestos que el Ayuntamiento se vio obligado a establecer en una situación de inevitable sometimiento de la sociedad civil portuense y de consiguiente falta de libertad.

Lo paradójico de esto es que en nuestros días haya todavía quienes sostengan que las tropas francesas eran portadoras de las ideas e instituciones democráticas de la Revolución francesa de 1789. Más bien parece que el imperio napoleónico fue la negación en la práctica de esa revolución. Pero, aún en el caso de que el emperador Napoleón y su hermano José hubiesen sido portadores de ideas democráticas para una España absolutista, lo que quedó demostrado desde entonces es que la libertad ni se exporta ni se impone: se desarrolla y, en su caso, se conquista. Eso fue lo que se hizo en la Guerra de la Independencia: defender la libertad nacional y comenzar a forjar la libertad política en España.

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