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La tribuna

Juan Carlos Rodríguez Ibarra

Acotar plazos o cambiar género

CUANDO el diputado Xavier Domènech, líder de En Comú Podem, acabó su intervención en el debate de investidura, Pablo Iglesias, portavoz de Podemos se abalanzó sobre él para abrazarle y besarle los labios. Nada pasó y a nadie escandalizó. Por eso, cuarenta y ocho horas después, ese mismo Pablo Iglesias volvió a la tribuna de oradores del Congreso para sorprenderse de que, habiendo besado a un hombre en los labios, nadie hubiera manifestado su escándalo. Cualquiera diría que estaba celoso de su compañera Bescansa que, con su aparición en el hemiciclo con el niño a cuestas, sí levantó opiniones y comentarios de todo tipo y calaña. El adanismo de Iglesias le lleva, a veces, a olvidar que antes de que él llegara, el PSOE y varios grupos parlamentarios habían aprobado leyes en el parlamento que terminaban con la discriminación que suponía ese tipo de amores.

Por otra parte, si no besaba a un hombre, ¿a quién iba a besar Pablo Iglesias? El 20-D no sólo puso de manifiesto el fin del bipartidismo, sino que reflejó el machismo imperante en la nueva política española que, en eso, no se diferencia en nada de la vieja. En la campaña electoral y en el debate de investidura todos hablaron muy bien de las mujeres, pero todos los candidatos a presidentes de Gobierno en esas elecciones eran hombres. ¿Qué razones tendrán para que, pregonando las virtudes y excelencias de las mujeres, ninguno dé un paso atrás para que sean mujeres las que sustituyan a tanto hombre que ni para formar Gobierno sirven?

Efectivamente, a raíz de la conmemoración el pasado día 8 del Día de la Mujer, los discursos varoniles sobrepasaron cualquier tipo de reconocimiento del valor, mérito y capacidad de las mujeres para llegar al electoralismo más descarnado, pero todavía se está esperando alguna explicación razonable sobre el hecho de que hombres, sólo hombres, encabezaban las candidaturas de los principales partidos de ámbito estatal (PP, PSOE, Ciudadanos, Podemos, IU, UPyD). Todos ellos hablaron del virtuosismo de las mujeres en política, pero ninguno de ellos consideró que, si hubieran dado un paso atrás y una mujer ocupara la próxima Presidencia del Gobierno, probablemente sabrían mejor que los hombres cómo atacar el asesinato constante de sus congéneres. Y ninguno lo hizo porque, si bien cantan a voz en grito las excelencias femeninas, ellos fueron los primeros porque se consideran mejores que las que iban segundas o terceras.

Pero nunca es tarde si lo que se busca es un acuerdo entre los grupos parlamentarios del Congreso de los Diputados que posibilite la elección de un presidente y la formación de un Gobierno. La cosa, después del resultado de las elecciones, no se está presentando nada fácil. La mayoría de los portavoces (masculinos ellos) arrojaban piedras contra el tejado del contrario advirtiéndole que esa situación parlamentaria es la que ha querido el pueblo, y el pueblo, como se dice siempre en democracia, nunca se equivoca. Es verdad que a la hora de votar, los votantes no se equivocan; salvo algún despistado -que siempre los hay-, el que vota por unas siglas no se equivoca al hacerlo. Por ejemplo, el alemán que en 1933 cogió la papeleta del Partido Nacional Obrero Alemán, no se equivocó al depositarla en la urna. Eso era lo que quería votar y eso votó. Pero nadie podrá convencerme de que los diecisiete millones de alemanes (el 43,91%) que votaron por el mismo partido llevaban razón al votar al partido de Hitler. No se equivocaron de papeleta, pero el resultado final fue un trágico error. El resultado de una votación democrática no refleja lo que ha querido el pueblo, porque nadie se pone de acuerdo con otros, a los que ni siquiera conoce, para votar una opción determinada. El conjunto de votos es la suma de voluntades individuales, pero no la consecuencia de un acuerdo colectivo.

Y algunas veces, como ha pasado con las elecciones del 20-D, el resultado que arrojan las urnas ofrece una aritmética imposible. Después de casi tres meses, se constata que los líderes de los grupos parlamentarios no saben, no pueden o no quieren llegar a una acuerdo que les permita terminar una votación en el Congreso que otorgue al candidato a presidente más votos a favor que en contra. España, que aún no ha salido de la crisis, necesita un Gobierno que continúe o modifique el camino que hemos recorrido hasta el día de hoy. Pero no parece que se vaya a conseguir.

Tal vez habría que acortar los tiempos para que se den más prisa a la hora de buscar el acuerdo sin tener que prolongar todo hasta mayo o buscar otra salida a la crisis institucional para que si, en el plazo de una semana, los dirigentes de los principales partidos no son capaces de llegar al consenso, exigirles que dejaran paso a las dirigentes de esos mismos partidos, de tal manera que Soraya Sáez de Santamaría, en sustitución de Rajoy; Meritxell Batet Lamaña, en lugar de Pedro Sánchez; Carolina Bescansa, en sustitución de Pablo Iglesias; Marta Rivera de la Cruz, sustituyendo a Albert Rivera y Sol Sánchez, en lugar de Alberto Garzón, sean capaces de conseguir una presidenta y un Gobierno. En tiempos de pactos, son las mujeres quienes están mejor situadas, porque a través de la historia se ha gestado en el feminismo una dimensión de la política que busca la confluencia y la sintonía entre las mujeres.

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