Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Bondades del artículo malo

Lo ideal es el artículo ideal, pero las columnas no siempre salen enhiestas, lo cual -haciendo de la necesidad virtud- conlleva sus ventajas. Ese texto no tendrá calidad museística, pero sí musística, si envida a chicas. La gran bondad del artículo malo es pedagógica: ayuda al lector a no confundir su opinión con la calidad intrínseca, literaria. Si el artículo es malo a rabiar, pero defiende una tesis que el lector comparte, éste verá muy claramente, lamentándolo, que una cosa es la forma y otra el fondo, y que lo fundamental es que se fundan, lo que no resulta fácil. Otras veces encontramos artículos estupendos que defienden ideas divergentes y uno puede admirarlos mucho al menos por el lado de la forma y el fundido.

Pero volviendo al artículo pésimo en sí, recordemos a Plinio el Joven, que afirmaba que no había libro malo que no tuviese algo bueno. Su frase ha recorrido los siglos consolando a cientos de escritores mediocres y encontrando acomodo en todas las captatio benevolentiae del mundo. No será abusar de la cita traerla también aquí. Porque no habrá artículo malo sin algo bueno, y el lector se encuentra en la posición superior del crítico experto que sabe encontrar, entre los escombros, la huella diminuta de que la musa también pasó por allí. El lector desempeña, de golpe, un papel necesario, atento, activo y creador.

Y un papel, sin duda, muchísimo más misericordioso con las secretas vicisitudes del columnista. Un artículo se lee en menos de dos minutos, de modo que el lector ocasional puede quedarse con la sensación de que ha contemplado un sprint, una carrera de 50 metros. Nuestro lector entendido, el comprensivo, sabe que, por rápido que lea un artículo, el columnista está corriendo, en realidad, una maratón eterna. Por eso es capaz de disculpar sus desfallecimientos e, incluso, su trote cochinero o hasta una parada en una esquina para recuperar el resuello con las manos en los riñones. Disculparlos y hasta saborearlos, en cuanto que le dan un atisbo de lo que de veras sucede tras el papel.

El artículo malo, tras fomentar en el lector tolerante todas estas virtudes intelectuales y morales, da un paso atrás y se pierde en el olvido; pero no en la nada. Constituye ese fondo oscuro sobre el que brillarán, cuando brillen, si es que brillan, los artículos excelentes.

Éstos quedarían, si no, sin contraste, sin personalidad, sin capacidad de sorprendernos.

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