ADEMÁS de la fractura social de consecuencias imprevisibles, el proceso soberanista impulsado por Artur Mas está alterando sustancialmente el mapa político de Cataluña. Las formaciones políticas que tradicionalmente han mostrado más fortaleza y se han disputado la hegemonía en dicha comunidad autónoma aparecen hoy cuarteadas y en retroceso. Por un lado, el Partido de los Socialistas de Cataluña se ha ido decantando hacia su vertiente nacionalista propiciada por Maragall, lo que le ha llevado a retroceder en sus expectativas electorales precisamente en beneficio del nacionalismo, alcanzando sus peores resultados y expectativas y, a la vez, provocando un conflicto de difícil solución con el PSOE a nivel federal, que ve menguar sus posibilidades de recuperar el poder en España sin contar con la aportación que el socialismo catalán solía prestarle en todos los comicios generales. Son cada vez más insistentes las voces socialistas favorables a romper con el alma nacionalista del PSC incluso recuperando las siglas PSOE en la política catalana. Por otro, Unió Democrática de Catalunya, el partido democristiano comandado por Duran Lleida, aliado con Convergència en el Gobierno de la Generalitat, se aleja cada vez más de las posiciones de Mas, subrayando su rechazo a la aventura independentista y advirtiendo que puede llegar incluso a la ruptura en caso de que el presidente se empecine en convocar una consulta sobre el derecho a decidir a todas luces ilegal o, en última instancia, en organizar unas elecciones de carácter plebiscitario en las que a los ciudadanos de Cataluña se les ofrezca como única alternativa la opción entre la independencia unilateral o la continuidad de la situación actual. También en el ámbito constitucionalista se registra un corrimiento del apoyo a la organización Ciutadans en perjuicio del Partido Popular, convertido en la diana de todos los sectores nacionalistas. En realidad sólo Esquerra Republicana de Catalunya se ve beneficiada por la radicalización del conflicto, lo que es una mala noticia para la estabilidad del sistema democrático y para la política catalana, cuyos resortes se perfilan así en manos de un grupo de vocación rupturista que, además, gracias a Mas, domina la gobernación de Cataluña a la vez que se instala en la oposición más cómoda e irresponsable. En este panorama, el presidente de la Generalitat se presenta como un rehén de sus impulsos secesionistas, que están dividiendo profundamente a la sociedad y la política catalanas y que permanece sordo y ciego a los signos y anuncios cualificados que auguran el fracaso de su aventura y el grave daño que está causando a Cataluña.

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