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Carmen Garrido Pérez

Pero, señorita, ¿dónde está el señor Velázquez?

HACE unos días, al pasar por una de las salas más importante del Museo del Prado, la que alberga Las Meninas, no podía creer lo que mis ojos contemplaban: entre una masa ingente de personas, un colegio de niños de unos 12 años pasaba, charlando tranquilamente, frente a la considerada por Luca Giordano 'La teología de la pintura' sin dirigir siquiera una fugaz mirada hacia tal maravilla.

La indiferencia de los que cumplen con la 'obligatoriedad programada' de visitar el Prado no es un hecho extraño, ya que entra dentro de las actividades de los cursos escolares y de las diferentes asociaciones culturales. No digamos nada cuando se organiza una exposición especial, y ésta coincide con Navidades, Semana Santa o puentes diversos. Entonces, hacen interminables colas para poder ver, apelotonados y de lejos, obras que en ocasiones ya están en el mismo museo sin que a diario reparen en ellas. Después de la espera, no sé qué podrán apreciar entre la muchedumbre; más bien vendrán a formar parte del grueso de las estadísticas. Siempre pensé que así no se puede amar de verdad la cultura. Estas colas también se organizan en la Feria del libro o en cualquier otro acto similar masificado.

Es habitual, que los amigos te cuenten cuándo vinieron al Prado o al Louvre en un viaje a París; normalmente no han vuelto, y en muchos casos desconocen los centros culturales cercanos a su lugar de residencia. Por supuesto, esto no es siempre así, ya que el trabajo que se realiza en los departamentos didácticos de las instituciones es cada vez más eficaz. Por otra parte, no todos los colegios preparan sus visitas de la misma forma. En las salas del Museo se puede ver la diferencia entre los que lo hacen bien y los que no, que en gran medida depende de la profesionalidad de educadores y guías.

Desde hace una década se ha ido desarrollando la experiencia de las visitas de niños de dos y tres años al Museo del Prado. Es impresionante cómo están estos "peques" de preparados. Vienen para ver un solo pintor del que en las guarderías les han hablado, mostrándoles sus obras maestras. A pesar de su corta edad, conocen los títulos de los cuadros y los nombres de algunos de sus protagonistas. Al acercarnos a ellos y preguntarles por sus preferencias, te contestan: "¡la princesa Margarita!, ¡el Príncipe Baltasar Carlos!"... Todo dicho con su 'media lengua' y con un gran desparpajo. Es tal la curiosidad que les han transmitido y lo bien que lo pasan que en ocasiones preguntan: "pero, señorita, ¿dónde está el señor Velázquez?"

Ellos sí sabrán amar el arte y volverán a los museos, a los libros, a la música y a cualquier otra actividad que se organice. Son el futuro y tenemos la obligación de atraer su atención sobre lo que es patrimonio de todos: la cultura.

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