Cádiz

La despensa de Cristóbal Colón

  • Una dieta rica en calorías y proteínas pero demasiado salada donde primaba el vino y el bizcocho

Es difícil tratar de comprender los males que padeció hace 521 años la tripulación de los navíos de Colón durante los setenta largos días que permanecieron a la deriva. Seguro que no pocos se habrán preguntado qué comían los tripulantes de las embarcaciones colombinas durante su periplo náutico. También Rafael Alberti en su Marinero en tierra expresó: "¿Qué harás, pescador de oro, allá en los valles salados del mar? ¿Hallaste el tesoro secreto de los pescados?". Poco conseguían pescar los marineros de Colón dadas las elevadas profundidades del Atlántico, rara vez pescaban una tortuga, algún cetáceo o calamares.

Ahora sólo quedan los vestigios de lo que fue la travesía más importante de la historia. Gracias a los documentos y diarios de navegación, así como los haliógrafos de Colón, sabemos hoy más detalles de esta apasionante aventura. En el Hospital Puerta del Mar de Cádiz trabaja un médico, Lucas Picazo Sotos, especializado en nutrición y admirador de la Historia, que disipa algunas dudas sobre las dietas seguidas por los marineros en las travesías colombinas en diversos talleres y charlas al personal sanitario. Se sumergió de lleno en uno de los capítulos más importantes de la Historia pero de los que aún quedan pasajes por conocer.

Picazo desveló curiosidades como por ejemplo que todos los barcos llevaban a bordo un encargado de repartir el alimento diario, el despensero, cuyo perfil debía ser resistente, callado y cortés, ya que debía lidiar con bastantes para evitar pesadumbres. Su trabajo consistía en repartir primero los bastimentos que están cercanos a corromperse para que se gasten antes, proveer a todos de manera que nadie se quede sin ración y pesar y medir muy bien los alimentos. Otra figura de suma importancia era el alguacil de agua, encargado de suministrar el preciado líquido. El reparto lo hacía "echando el agua de una tina a boca de escotilla, donde todos reciban y la vean medir. Cuando se llegaba a costa, el alguacil de agua era el encargado de bajar a tierra para buscarla, ayudado por hombres y grumetes", reveló el doctor Picazo.

La primera comida del día era el desayuno, a base de bizcocho o galleta marinera (pan de barco), ajo, sardina salada o queso, agua y vino. En el almuerzo, que era la comida fuerte del día a las 11 horas, tomaban carne, pescado o queso. La ración media al día por persona era: 1 o 2 libras de bizcocho, ½ libra de carne, pescado o queso, 1/3 de libra de arroz en menestra con legumbres secas, ¾ de vino y 1 litro de agua. El bizcocho o pan de barco, cuenta Picazo, era la base energética de la alimentación, hecho a base de harina, trigo, agua y levadura. Se cocía dos veces para aumentar su duración, se tomaba mojado en vino por su dureza y se decía que producía agujetas en las mandíbulas. "Los marineros veteranos golpeaban las galletas contra la pared con la esperanza de que salieran los gorgojos (gusanos), pero éstos no siempre les complacían", afirmó el doctor.

El vino era esencial en los viajes marítimos. Procedía de la zona jerezana (15 Grados). "Se proporcionaba ¾ de litro por persona al día, ya que provee necesidades líquidas y tiene efecto antiséptico y euforizante. Se usaba por ser resistente a las travesías, sobre todo el oloroso, que se conservaba mejor por la mayor concentración de alcohol. En el viaje de vuelta se sustituía por ron. El agua se dañaba con el calor, de hecho, los marineros solían decir que 'se mareaba'. Tras tres días sabía a podrida, colonizada por bacterias y se bebía tapándose la nariz y colada con un trapo", apuntó Picazo.

El fuego se encendía en torno a las 20 horas sobre una plancha de hierro y resguardado del viento. El capitán, el maestre, el escribano y el piloto comían en la mesa cuando un grumete anunciaba: "Tabla, tabla, Señor Capitán y Maestre. Tabla en buena hora, quien no viniera que no coma". Un guiso típico era la mazamorra, que alimentaba a los remeros de las galeras y que, según el testimonio de Fernando Colón (hijo del Almirante), muchos comían de noche cuando no eran perceptibles los gusanos que, con la humedad y el calor de la bodega, pronto aparecían. Se preparaba con legumbres, lentejas, garbanzos cocidos y aliñados y condimentado con pimientos.

El doctor Picazo reveló otras curiosidades alimenticias de la tripulación: "Las legumbres las llamaban el pan de los pobres, tenían un gran aporte energético proteico, producen efecto flatulento y se preparaban con purés y guisos. El queso se comía 1 o 2 veces por semana, sobre todo cuando no se podía encender el fuego".

Según Picazo, en el aprovisionamiento para el primer viaje se cargaron víveres para 15 meses y agua para 6 meses. Se cargaban alimentos para el viaje de ida y el de vuelta. Los animales a bordo en el segundo viaje fueron cuatro becerras y dos becerros, 200 gallinas y gallos, 25 caballos, seis yeguas, cuatro asnos y dos asnas, 20 berracos y 800 marranas. Para una tripulación de 88 personas se cargó el barco con 18 toneladas de trigo, dos de harina, una de carne salada, siete de bizcochos, aceite, pasas, ajos, 2.000 libras de queso y 17 litros de vino. Los animales vivos, sobre todo gallinas y aves, se reservaban a los enfermos y oficiales de tripulación.

La comida, que se elaboraba temprano y se repartía dos veces al día, era abundante y caliente cuando la meteorología lo permitía. La preparación corría a cargo de pajes y grumetes. Cada tripulante recibía su comida en su escudilla de barro o plato de madera. Entre los pormenores de la pitanza se encontraban gamellas (recientes para colocar los alimentos), platos de madera, escudillas de barro, cuchillos así como liarias (vasos rústicos) para la ración de agua.

El escorbuto, o también llamado mal holandés, era propio de viajes largos y en marineros con dietas carentes de hortalizas y vitaminas. En los viajes de Colón era infrecuente al ser travesías de duración inferior a seis semanas y las elevadas cantidades de ajo y cebolla que portaban, que tienen efecto antibiótico y antiséptico.

Lucas Picazo concluye diciendo que la dieta seguida por los marineros de Colón, el primer Quijote español según el historiador Luis Amador Sánchez, era más abundante y equilibrada que la de la población española de aquella época. Se trataba de una dieta equilibrada en calorías y proteínas pero demasiado salada. Eran alimentos secos, salados y agusanados.

Gonzalo de Salazar, historiador de la época escribió: "Anda un paje con la gaveta del brebaje en la mano, y con taza, dándoles de beber harto menos y peor vino. Pedid de beber en medio del mar, moriréis de sed, que os darán agua por onzas, después de estar hartos de cecina y cosas saladas, que la señora mar no conserva carnes ni pescados que no vistan su sal".

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