TV-Comunicación

Ucrania da un gran 'sorpasso'

  • La reivindicativa canción ucraniana, '1944', ganó con el televoto en Eurovisión quitándole la victoria a Australia, que hubiera dado la organización a España para 2017.

La Europa que no existe. La de los españoles hablando en inglés y australianas de origen coreano paseándose por Estocolmo. Australia, cuando había espectadores sorprendidos con que actuara en Eurovisión, estuvo a punto de llevarse el título en su segunda participación oficial en esta multiculturalidad de piruleta. La oceánica Dami Im venció según el jurado, con puntuaciones desconcertantes; pero el televoto, más geoestratégico, le entregó el título a la lacónica Ucrania, a Jamala, con el desgarro soul de 1944, sobre el exilio tártaro en época de Stalin. A esto se le llama una gran remontada. Un sorpasso emergente. Hubo más política de lo que hubiera deseado la UER. Ucrania, en guerra con Rusia, ganó por segunda vez Eurovisión, derrotando aquí al favorito, al ruso Sergey Lazarev. La potencia antipática fue castigada . La vencedora, moral, lo dicho, la australiana. A Dami se le quedó cara de Betty Missiego. Su preciosa balada le hubiera dado la organización a España el próximo año. Ucrania se alzó con 534 puntos (211 con el jurado); Australia, 511 (320 del jurado); Rusia, tercera, 491 (sólo 130 en primera ronda).

1944 y su victoria popular nos bajó de la luna; de esta utopía saltarina que nos balancea entre arrumacos que suenan a Justin Bieber con estribillos de Katy Perry, modelos constreñidos a lo Beyoncé y pompones de María Figueroa. Ucrania fue diferente, como el ritmo indie de Georgia. Say Yay!, o como se diga. Barei, pescadillo plateado con flequillo de Cristina Pardo, se descoyuntaba entre aplausos bálticos mientras el continente se hacía el sueco. Gracias, Italia, por los 12 puntos. En el voluble voto del jurado, el que fue apareciendo de manera tradicional en pantalla, no había muchos compromisos geográficos. Entre todos nos dieron 67 puntos (también nos votaron Moldavia, 8; Noruega, 7; Albania, 6; Australia, Polonia, Hungría 5; Bulgaria e Israel, 4; Armenia, Francia, 2; y 1, Azerbaiyán, Dinamarca y Suecia). Y con el televoto nos llegó la debacle. España pasó del 16º lugar del jurado al 22º sumando el televoto. Veintidó, veintidó. Había escuchar la decepción de Íñigo por los 10 paupérrimos puntos que nos repartieron desde los teléfonos.

Barei fue contundente, segura, pero nos falta algo. Eso que hace que llame la atención entre el montón. Innovación, diferenciación. Personalidad. No era nuestro año, un año más. Parecía el año de los pibones masculinos, del ruso Lazarev, del galo Amir, o del húngaro Freddie, el más guapo según la opinión femenina y masculina de toda Europa: la tierra sin fronteras y sin miserias por una noche. Oriente, Occidente y Oceanía.

En los comentarios de La 1, correctos y paralelelípedos, José María Íñigo y Julia Valera. Sin coger humedad. Y en el plató, Anne Igartiburu, plácida embarazada, arropada entre las ex eurovisivas Ruth y Edurne. Junto al escenario, Petra Mede, Estela Reynols con retranca escandinava, y el victorioso Måns Zelmerlöw. Los mejores, los gruñones de los teleñecos, sir Ian Mckellen y Derek Jacobi.

Eurovisión se sigue rizándose a sí misma en la realización, con travellings imposibles que llevan hasta el cielo y escenarios de pantallas en tres dimensiones. Artística y barroca, la ganadora Ucrania. Enfrente, Rusia, una estratosférica sesión de sombras chinescas y cinexin interactivo. Y España... sin sacar partido de los recursos, haciendo cosas ya vistas, cantando cosas más o menos ya sonadas. Menuda noche, saliendo después del ruso, en todo lo alto. Menuda papeleta, las comparaciones son tediosas. Por allí anduvo una alemana con aires nipones, Jami. Sí, esta es digna de reubicarse en Menuda noche. Quedó última. Otro sorpasso, el del Pablo Iglesias polaco salido de una comparsa de Juan Carlos Aragón. Pero le sirvió de poco.

La Europa de Eurovisión es el mundo multicolor, flower power de sábanas nacionales. 1944 fue lo más intenso de una gala que debió ganar la coreana. Y en esas llegó Justin Timberlake, mientras los teléfonos pasaban de España. Fue el descanso estelar, la mar de norteamericano, la mar de global. En fin, la mar de europeo. De esta Europa que escapa de sí misma y se refugia en la música durante una noche.

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