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Semana Santa

Caminos de Salvación

  • ¿Qué buscas tú, cofrade isleño, cuando te revistes con la túnica de tu hermandad?

Del Evangelio según Mateo 16,24-28:

"Entonces dijo Jesús a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame"

CUANDO en el ecuador de la Semana Santa mantenemos muy vivas todas las experiencias acumuladas por el paso de los días nos atrevemos a afrontar la recta final, en la que tambores templados y marchas fúnebres serán preludio de la gozosa jornada de la Resurrección de Cristo.

Pero mientras tanto, entre los aires salineros que nos dejó Jesús del Gran Poder, la sobriedad de los Dolores de Servitas, o la señera estampa del Crucero Cristeño, entraremos en la jornada de Jueves Santo presidido por la celebración litúrgica de los Santos Oficios. Jueves Santo que desde muy temprano permite apreciar connotaciones muy particulares en las calles de La Isla. Paisanos y foráneos se entremezclan en paseos cadenciosos por la calle Real y sus aledaños, en expectante espera de la tarde que aguarda y de la noche que remata.

Y así, desde muy temprana hora de la tarde nos encontraremos con el empuje y el fervor cofradiero del barrio de la Bazán, con el Señor de las Tres Caídas en el paso que promete ser algún día imponente barco salinero en el que naveguen las devociones de sus hermanos.

Y nos encontraremos con ese otro Cristo, el que perdona nuestros pecados, camino del centro desde su barrio de la Casería, acompañado de un cortejo que a cada año que pasa resulta mejor rematado si cabe.

Y avanzando la tarde será la Misericordia del Señor y la Piedad de su divina Madre quienes busquen el encuentro de los isleños desde su barrio de la Pastora.

Llegará la noche cerrada, y con ella el silencio y el recogimiento ante la Expiración de Cristo muriendo y la Esperanza de su Resurrección.

Y casi sin darnos cuenta, Jesús, el de nosotros y el de nuestros mayores, el que rige por los siglos de los siglos nuestros corazones saldrá por el dintel de la Iglesia Mayor al encuentro del pueblo, que expectante lo espera en riada de plegarias, saetas y oraciones. Su madre y madre nuestra, será fiel testigo de su lento caminar, y siete Dolores atravesarán su corazón atribulado.

La jornada del Jueves Santo y la Madrugada tienen un denominador común: la Cruz. Cruz al hombro, y Cruz clavada; Cruz que soporta el peso de nuestros pecados, y Cruz que nos redime de ellos.

"Sin cruz no hay gloria ninguna, ni con cruz eterno llanto, santidad y cruz es una, no hay cruz que no tenga santo, ni santo sin cruz alguna"

Cuando el insigne Lope de Vega desgranó estos versos, no hizo más que resumir rotundamente nuestro sentido cristiano, el sentido que debe tener la manifestación pública de Fe que las Hermandades y Cofradías tienen encomendada desde hace más de seis siglos, al salir al encuentro del pueblo en clara misión evangélica, hoy día más necesitada que nunca.

¿Qué buscas tú, cofrade isleño, cuando te revistes con la túnica de tu Hermandad, cuando portas a tus Titulares al leve acomodo de una almohada, o cuando caminas tras Ellos al compás de música celestial? ¿Buscas un falso protagonismo, buscas salir por salir o estar por estar?

Desde el mediodía del Jueves Santo que se abren las puertas de la parroquia de la Bazán, hasta las primeras horas de la mañana del día siguiente que se cierran las de la Iglesia Mayor, creo que el cofrade busca o al menos debe buscar el encuentro con la Cruz, porque esa Cruz es nuestra razón de ser, es el sentido verdadero a la entrada gozosa de Cristo Rey en Jerusalén, a su Muerte y a su Resurrección. Tres Caídas, Misericordia o Nazareno, todos caminando hacia el monte calvario soportando el peso de nuestros pecados. Perdón y Expiración, culminando el viacrucis dando sentido al recorrido pasional.

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"

(Mt 27,46; Mc 15,34)

¿Qué sintió Jesús al pronunciar esas palabras justo antes de su muerte? ¿Pensó tal vez que la Esperanza, esa que le acompaña cada noche de Jueves Santo le abandonó a su suerte?

Nada más lejos de la realidad. Cuando Jesús pronunciaba esas palabras no hacía más que rezar un salmo, el salmo 22, y si lo leemos entero, veremos cómo lejos del desconsuelo y la amargura, Jesús entona el comienzo de uno de los salmos más esperanzadores de toda la Biblia.

Si la primera parte del salmo nos describe el sufrimiento por el que atraviesa un hombre inocente, la segunda parte es un ejemplo de la confianza en la misericordia divina, al punto de ser librado de todos sus pesares. Así dice en su final:

Fieles del Señor, alabadlo...; porque no ha sentido desprecio ni repugnancia hacia el pobre desgraciado; no le ha escondido su rostro; cuando pidió auxilio lo escuchó... Los desvalidos comerán hasta saciarse y alabarán al Señor los que lo buscan: ¡no perdáis nunca el ánimo! Lo recordarán y volverán al Señor desde los confines del orbe, en su presencia se postrarán las familias de los pueblos... Ante él se postrarán las cenizas de la tumba; ante él se inclinará los que bajan al polvo; a mí me dará vida. Mi descendencia le servirá y hablará del Señor, a la generación venidera le anunciará su rectitud; al pueblo que ha de nacer, lo que él hizo"

(Sal 22, 24-31).

Se piensa que al ser citadas aquellas primeras palabras de desconsuelo por Jesucristo y no las últimas de esperanza tiene su causa en la mentalidad judía, puesto que para ellos citar el comienzo de un salmo equivaldría en la tradición a citarlo entero. Lo cual nos lleva a pensar que cuando los escritores hacen mención a las palabras iniciales, pudieran dar a entender que Jesús recitó el salmo completo.

Sea como fuere, cada paso de nuestros titulares en las jornadas de Jueves Santo y Madrugada deben marcar los nuestros en clara similitud. Sepamos soportar el peso de nuestra cruz, sepamos encontrar a través de nuestras Estaciones de Penitencia los Caminos que nos llevan a la Salvación, sendas marcadas por el perdón de nuestros pecados, por la caridad, por el amor al prójimo, por la solidaridad.

Y así, cuando el alba comience a clarear, y los primeros rayos de sol dibujen la sombra divina del que todo lo puede en las blancas fachadas de la Isla, sepamos ya de recogida que nuestro caminar penitencial tuvo sentido, que la intensa jornada de Cruces al hombro y Cruces clavadas que ya concluye nos ha convertido en fieles seguidores de su Palabra, que solamente siguiendo la Cruz de Cristo la Luz inundará nuestras vidas.

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