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San Fernando

La Isla, génesis de la Pasión

  • Juan José Castiñeiras guía y acompaña a los isleños en un recorrido por la ciudad cofrade y por cada jornada de la Semana Santa para anunciar la proximidad del Domingo de Ramos

En el principio fue La Isla. El pregonero, Juan José Castiñeiras Bustillo, le hico hueco en un relato del Génesis muy particular para darle la palabra y dejarle que hablara de su Semana Santa desde el escenario del Real Teatro de Las Cortes, día a día y hermandad a hermandad. El anuncio de la Pasión, de los sietes días más grandes del año, vino así -como repitió el pregonero- de "la tierra que pisas y del aire que respiras" para dar forma al relato y perderse en un ordenado y medido itinerario de cofradías y sentimientos que llevó al público a recorrer los callejones de la memoria y a cabalgar en verso por la esencia de sus cofradías.

Fue el de Juan José Castiñeiras un pregón limpio y honesto, clásico en su mayor parte; un pregón que durante hora y media cantó a la Semana Santa más pura, aquella que perdura por siempre; un relato en el que, precisamente por todo eso, fue difícil no verse identificado en la vida narrada de un cofrade que abre los ojos a la Semana Santa en brazos de su padre cuando lo sacan de la cama en la madrugada del Viernes Santo para ver al Nazareno. O en esos recuerdos del Lunes Santo -los preparativos para la estación de penitencia, las túnicas de su hermandad de los Afligidos- que se vivían con olor a canela y clavo en casa de la abuela... En definitiva, en esas vivencias familiares y personales que afloraron a lo largo de su alocución en un camino de ida y vuelta que fue del interior -el del pregonero y cofrade que ayer hablaba desde el atril- al exterior, el de la perspectiva de La Isla que mira a su Semana Santa y a sus barrios.

Tuvo la virtud el pregonero de desprender a la Semana Santa y a sus hermandades de todo el ruido, de todo el artificio que con tanta frecuencia la envuelve, para quedarse solo con lo que verdaderamente importa en estos siete días: las cofradías y la ciudad. Por eso al escucharle hablar desde el principal escenario de La Isla de cada jornada santa, de cada hermandad, siguiendo esa pauta meticulosa que le llevó del Domingo de Ramos a la mañana de Pascua, asomó esa visión inmutable de cada misterio de la Semana Santa que siempre, todos los años, se repite cuando te asalta en cualquier esquina. Y por momentos su pregón pareció un pregón de los de antes, de esos que se escuchaban en la infancia cofrade de una Isla orgullosa de sus hermandades. Quizá fue ese el mensaje que mayor peso tuvo a lo largo de todo el pregón: la verdad eterna de la Semana Santa y de su ciudad. ¿Y qué mejor argumento puede haber para anunciar lo poco que queda para dar la bienvenida a un nuevo Domingo de Ramos?

El pregonero, de esta forma, guió al público que llenó el Teatro a lo largo de un itinerario de la Semana Santa que le llevó a parar en cada día para cantar a cada hermandad, para recordar lo que cada una significa para él y los suyos. Fue así de la algarabía propia de un Domingo de Ramos al Lunes de Oro, desde el populoso Martes a las fragancias isleñas que desprende el Miércoles con sus cofradías, desde el esplendoroso Jueves que desemboca a las dos de la madrugada en la plaza de la Iglesia al Viernes del dolor y el luto, el último paso para alcanzar la gloria de la mañana de Resurrección.

Todo el relato se revistió además de adjetivos y familiares paisajes isleños en lo que fue también, además de un Pregón de la Semana Santa, un canto de amor a la ciudad de la que el pregonero confesó -aunque fue algo evidente- estar completamente enamorado.

En ese recorrido por los días santos, sus hermandades y sus mensajes pasionales, por el espacio y el tiempo de la Semana Santa isleña, Juan José Castiñeiras llevó prácticamente al público de la mano, acompañándolo con su voz -que asumió el protagonismo en la puesta en escena- en un periplo cofrade que se adelantó a lo que ocurrirá dentro de siete días en las calles de la ciudad. Y fue un recurso efectivo, porque con él ahondó en un mensaje pastoral que el propio pregonero lanzó al principio de su disertación: el del acompañamiento. "No podéis exigir a vuestros hijos nada si no los tomáis de vuestra mano y le señaláis el camino. Sean ejemplos en vuestro comportamiento, en vuestro respeto, en vuestras creencias. Tiempo tendrán ellos de elegir", le dijo a las familias cofrades.

No fue el único aviso que se lanzó desde al atril. La primera parte del Pregón de la Semana Santa, antes de que iniciara ese recorrido por la ciudad cofrade tras ser presentado por su amigo del alma, José Martín Pérez Jiménez, fue también el momento propicio que encontró el pregonero para dar la palabra a La Isla y dejar que ésta se dirigiera a los políticos para recordarles que ante todo, y por encima de las siglas, son isleños: "No necesitamos peleas ni paripés internos llevados por vuestras siglas", les espetó al señalar las carencias que arrastra la ciudad.

Pero no quedó ahí la faceta crítica de este pregón. También, siguiendo ese mismo recurso en el que la ciudad habla desde el atril, se dirigió a los sacerdotes y a las autoridades religiosas para pedirles "humildad y trabajo", para que hicieran autocrítica y reflexionaran "sobre por qué están tan vacías nuestras iglesias" y por qué los jóvenes abandonan tan rápido el redil de la religión. "Os pido que seáis acompañantes y sintáis empatía por los problemas de los demás. Hagan de la misa su catequesis más importante y de sus vidas un ejemplo para todos. Salgan a la calle, busquen, sientan, lloren, trabajen. Den lugar a todos en su Iglesia, que es la nuestra. No la conviertan en una empresa. No vivan en una burbuja diferente al pueblo llano", afirmó antes también de lanzar un guiño a los jóvenes, "la luz del mundo".

El pregonero, antes de adentrarse en este recorrido por las tardes de la Semana Santa y por las escenas de la Pasión según La Isla, se presentó bajo tres C: las iniciales de Cristiano, Cofrade y Cargador. Proclamó su inmenso amor a La Isla y recordó a sus Glorias, sobre todo a la Virgen del Carmen, "la razón primera de mi isleñismo, la razón primera de gritar a los cuatro vientos que nací y moriré isleño", que llegó a decir al comienzo de su exaltación en una auténtica declaración de principios.

La recta final del Pregón de la Semana Santa se dedicó al término de la Cuaresma, para centrarse en la misión que Juan José Castiñeiras tenía encomendada: el anuncio. Así, apoyado en un montaje audiovisual, el pregonero puso el broche de oro a su disertación cantando en verso a los siete días que median entre el Domingo de Pasión y el de Ramos, "siete días para crear mi universo", recitó.

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