Miramar, un edificio sin agua ni ganas de Navidad
Las 124 familias del Río San Pedro de Puerto Real, que sufrieron un incendio hace un mes, se enfrentan a las fiestas más complicadas. “¿Quién va a querer venir a casa?”
Desalojan de madrugada un edificio con más de cien viviendas en el Río San Pedro por un incendio en el garaje
Volver a casa. Desde las campañas de la DGT, que nos recuerdan que debemos hacerlo con la máxima precaución y respeto, hasta el ‘vuelve, a casa vuelve, por Navidad’, que nos ha martilleado cada diciembre desde hace décadas y que probablemente hayas leído canturreando la canción. Nos han programado para eso: volver a casa. Celebrar la Navidad en la intimidad del hogar y, por supuesto, derrochando alegría. Por eso, cuando el camino se hace a la inversa, cuando el hogar ya no es refugio ni la alegría te acompaña en diciembre, la Navidad se atraganta sin necesidad de polvorón.
Ese espíritu navideño, en el edificio Miramar de la barriada Río San Pedro de Puerto Real, quedó opacado tras las columnas de humo negro que, hace justo un mes, el pasado 20 de noviembre, cambiaron la vida de sus vecinos. Un aparatoso incendio en el garaje sobresaltó de madrugada a 124 familias residentes en el corazón de un barrio obrero, que no logran sacarse el susto del cuerpo y a quienes la Navidad se les hace cuesta arriba.
Se respira en el ambiente y se palpa en la ausencia de decoración navideña en ventanas y balcones. Apenas unas luces parpadean en el patio interior del edificio, que una familia ha colocado como un acto de rebeldía. No vamos a permitir que también nos roben la Navidad, parecen decir entre destellos.
Pero, en general, no hay ganas. También hay quien no ha podido hacerlo porque los adornos, el árbol de Navidad y el portal de Belén siguen en el trastero del garaje incendiado, al que no pueden acceder. “Mi madre me ha prometido que, cuando todo esto se solucione, lo va a colocar todo, aunque sea el 3 de agosto”, decía María Corbacho, vecina del barrio, que quizás de forma inconsciente improvisaba una fecha lejana en la que es posible que recuperen la normalidad.
El edificio entero ha sido declarado “inhabitable”. Y eso, en sí, es una contradicción, porque permanece habitado por la mayoría de sus vecinos, que no han encontrado otra alternativa. “¿Dónde vamos a ir?” es lo que más se repite por las zonas comunes de Miramar. El principal problema es que no encuentran alquileres, y los pocos que hay disponibles no están a su alcance. “El seguro nos dice que nos da 300 euros al mes por vecino para pagar un alquiler. ¿Dónde encuentras tú eso si la mayoría son ya alquileres vacacionales o no bajan de mil euros?”, se pregunta José Antonio Trujillo.
Es uno de los vecinos a los que el incendio le ha dejado secuelas más allá de lo material. “El médico me ha dado la baja y me ha puesto un tratamiento porque no estoy bien psicológicamente”, lamenta. “Nos está afectando a todos, porque esto no es vida. Esta forma de vivir no es salubre y ni en los años 30 creo yo que estaban así”, dice, buscando las miradas cómplices de unos vecinos que se reúnen en un patio silenciado y apagado.
En estas fechas, el edificio Miramar, en el que residen en total más de 300 personas, debería ser un lugar lleno de luces de Navidad, de niños corriendo por un patio ahora precintado por riesgo de desplome y de pasillos adornados. Sin embargo, el ambiente solo se ve en el improvisado grifo que se ha instalado para que todos cojan agua potable.
“Se nota en el ambiente. Siempre adornábamos los pasillos e íbamos visitándolos todos. Era muy bonito, pero este año no hay ganas de nada”, recuerda Concepción Rueda, otra de las vecinas afectadas, que también está en tratamiento médico por ansiedad desde la fatídica noche del 20 de noviembre. “Este año he hecho un arbolito de tela y se lo he dado a los vecinos por si quieren poner algo en casa. Yo no voy a montar mi árbol, pero intento motivarlos de algún modo”, dice la mujer.
Con esa misma actitud, con la rebeldía de no permitir la oscuridad de esta atípica Navidad en Miramar, Eva Fernández y David Alba han sacado unas luces a su balcón. “Hemos animado a los vecinos a que lo hagan también, porque tenemos que hacernos fuertes. Queríamos darle un toque de color, porque se nos cae el alma al suelo cuando vemos el edificio así”.
Cuando recuerdan la noche del incendio, dice Eva que se le eriza la piel. “Lo que aquí vivimos fue muy fuerte. Que te saquen a las dos y media de la madrugada de la cama, entre gritos, diciendo que todo está ardiendo, es una cosa que no te puedes quitar de encima, porque se podía haber liado una muy gorda aquí”. Su marido, David Alba, asiente mientras la escucha. “Yo salí con lo puesto y pensando en todo lo que me estaba costando tener aquí mi ‘castillito’ y que, a lo mejor, lo perdía todo”. Ellos tampoco pasarán la Navidad en casa. “Habitualmente sí nos quedábamos y recibíamos a la familia, pero ¿quién va a querer venir aquí si no podemos ni usar el baño?”, dicen con tristeza.
El cambio de vida para todos ha sido abismal. No solo han modificado sus rutinas básicas de aseo, al tener que ir a ducharse a casa de familiares y amigos o a los vestuarios de la sala de barrio, sino también su propia alimentación. “En casa evitamos cocinar mucho y usamos platos y vasos de plástico, porque tenemos que fregar con dos barreños y agua fría, y luego salir a la calle a tirarla a los husillos. ¿Tú crees que así estamos en condiciones de organizar una cena de Navidad?”, se pregunta Manuel Cadena, vecino del portal 6 y padre de una niña de cinco años, que tiene claro que se irá con su familia a pasar la Navidad a otra parte.
Y es que todos coinciden en que la situación es aún más complicada para las familias con hijos pequeños, porque aseguran que hay muchos niños y niñas afectados que tienen miedo a dormir en su casa. Por ello María Corbacho quiere preparar una visita de su abuela, que cada Navidad interpreta en el barrio a Mamá Noel, y devolver un poco la ilusión.
Entre la desazón que se vive en el barrio, la actitud de la joven Blanca Navarro llama la atención. Ella podría definir por sí sola la resiliencia de todo un vecindario. Un mes después del incendio, acaba de entrar en su casa, que, al margen de las tres viviendas de la planta baja que aún siguen precintadas, fue una de las más afectadas. Se sitúa en la diagonal de una de las salidas de ventilación del garaje incendiado, y la columna de humo y hollín invadió su vivienda por completo.
“Mi casa está rota”, dice la joven estudiante de Derecho. “Llevamos todo el mes viviendo entre hoteles y casas de familiares, y ahora hemos vuelto para limpiar todo y empezar a tirar y cambiar sillones, cortinas, ropa de cama… todo”.
Cuando piensa en la Navidad, tiene claro que el 24 y el 25 de diciembre seguirá así, “adecentando mi casa para volver a tenerla como la teníamos; otra cosa es inviable”, explica. “Pero en cuanto podamos vamos a poner unas luces fuera, aunque sea, porque esto da mucha pena”, apunta su madre, justo antes de recordar que todo ese material está en el trastero de un garaje, en el que el coche de la familia se convirtió también en un amasijo de hierros.
Y en esas reuniones que cada vez se improvisan más en descansillos y portales, una voz lanza una propuesta: “Aunque los días fuertes nos vayamos de aquí, en algún momento nos tendremos que reunir todos, y ahora más que nunca, que estamos haciendo piña”, devolviendo por unos segundos el espíritu de la Navidad a un vecindario que lo había olvidado.
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