El miedo de dos vecinas de Puerto Real que dependían de máquinas para respirar ante el apagón de luz: "Fue angustioso no saber cuanto duraría el oxígeno"
Pilar Segura y Antonia Delgado viven conectadas a respiradores de forma permanente. El corte de suministro generó en sus familias una sensación de "cuenta atrás" que vivieron con temor
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Quedarnos sin suministro eléctrico, tal y como comprobamos ayer, nos condiciona la vida. Surgen problemas que se solventan a base de comidas frías, velas y pilas, pero que en la mayoría de casos no van más allá de algunas incomodidades si el corte no es muy largo.
Sin embargo, hay quien vive con ese temor permanente porque de la electricidad depende su vida. Pilar Segura y Antonia Delgado son dos vecinas de Puerto Real. Ambas viven en el barrio de Casines y también ambas viven conectadas a respiradores de forma permanente.
“Fue muy angustioso”, relata Mirian Borreguero, la hija de Antonia Delgado. Cuando se sufrió el apagón, inmediatamente se conectó a una bombona portátil, la que usan para salir, y con ese gesto creció la angustia y la sensación de iniciar una cuenta atrás. “Sabemos que esa bombona apenas dura una hora y no sabíamos cuánto iba a tardar en reestablecerse el suministro”, relata la hija de Antonia.
En casa disponían de una bala de oxígeno portátil que pudieron usar, pero que tampoco daba fiabilidad más allá de unas horas. “Cuando oímos que se iba a tardar entre 6 y 10 horas en recuperar la electricidad nos pusimos muy nerviosos”, dice.
Y es que, en estos casos, una alternativa es trasladarse al hospital para que le suministren allí el oxígeno. Sin embargo, eso suponía otro problema porque Antonia es una persona con movilidad reducida, que vive en un quinto piso del barrio de Casines. “El ascensor no funcionaba y no podíamos sacarla de casa. No sabíamos que hacer porque veíamos que cada vez teníamos menos tiempo”, relata Mirian.
Afortunadamente, Puerto Real fue uno de los primeros municipios de la provincia en recuperar el suministro. A las seis de la tarde, prácticamente todo el municipio tenía luz, y también Antonia en su vivienda. “Yo no quiero ni pensar qué hubiese pasado si hubiésemos vivido en las zonas que no han tenido luz hasta bien entrada la madrugada”, dice Mirian.
Una escena muy similar vivió Pili Segura y su familia. El caso es idéntico. Una persona dependiente, conectada al oxígeno, que veía como pasaban las horas sin poder salir de casa al no funcionar los ascensores.
“Yo pensaba en ir al Hospital a ver si me daban una bombona, pero sé que es algo muy delicado que no se puede transportar en un coche particular porque resultaría una bomba”, dice Manuel Jesús Romero, el marido de Pili.
Contactar con la empresa que suministra el oxígeno tampoco era una opción. “Primero porque no tenía línea en el teléfono para poder llamar y, además, suelen tardar un par de días en suministrar”.
Aunque en estos casos se recomienda acudir a un hospital, Pili se encontraba con el mismo problema que Antonia. “Vivimos en un tercer piso y no funcionaba el ascensor. Además, la silla que usa para desplazarse es muy pesada”, añade Manuel.
Por fortuna, hace solo unos días habían recibido en casa una bombona con una duración algo mayor, pero la angustia estaba en la desinformación y en no saber cuánto tiempo iban a tardar en poder a utilizar la red eléctrica. “Otra vez que tampoco había luz y tuvimos que ir al hospital, fue una odisea porque nadie nos ayudó a bajar a pulso por las escaleras y tuvieron que hacerlo los vecinos”.
Así, mientras en todo el país se empezaba a generar ansiedad por no poder cargar el teléfono móvil, en algunos hogares como los de Pili y Antonia, se vivía una realidad paralela, una situación de vida o muerte.
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