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Provincia de Cádiz

Esperando al poeta en la California del paro

  • En mayo de 1977, Cádiz acogía a 30.000 obreros desempleados, aguardaba el simbólico regreso de Alberti y oía a Felipe González pedir nacionalizaciones y reclamar una urgente reforma agraria

Rafael Alberti, en mayo de 1977, en la estación de El Puerto.

Rafael Alberti, en mayo de 1977, en la estación de El Puerto. / salva (reproducción: joaquín pino)

La tarde del 1 de mayo de 1977, unas 200 personas desoyeron al Gobierno y se manifestaron por las calles de la capital gaditana: partieron de la plaza de San Antonio, recorrieron la calle Ancha y en la calle Barrié se toparon con los grises y sus porras. Un poco más tarde, en la plaza de San Juan de Dios hubo otro intento pero la Policía cargó de nuevo. En Jerez, en cambio, unas 600 personas acudieron a un mitin de CCOO y UGT y nadie lo impidió. La provincia de Cádiz, como el resto de España, vivía ese extraño ambiente en las vísperas de las primeras elecciones generales tras casi cuarenta años de dictadura franquista: el Gobierno prohibía todos los actos con motivo de la jornada internacional del trabajo y al tiempo preparaba unos comicios impensables poco más de un año antes; de ahí el desconcierto y que lo permitido en una ciudad fuese tolerado en otra. No había costumbre.

Andaba todo revuelto. Por primera vez, la programación de TVE, la única entonces, no incluía el 1 de mayo fútbol, toros y películas con la clara intención de "drogar" a los españoles ese día, de convencerles de que no merecía la pena salir a la calle. Así lo explicaba Berta Fernández en su crónica televisiva en Diario de Cádiz, que difundía buenas noticias en esa jornada: una, que Astilleros Españoles firmaba un contrato con Argentina para construir dragas y diques flotantes que llevaría a Cádiz 8.400 millones de pesetas; otra, que la lotería había repartido en la capital gaditana 68 millones de pesetas; una más, que José Alba, de San Fernando, con 19 hijos, recibía uno de los premios provinciales de Natalidad.

El 1 de mayo, la Policía carga en Cádiz contra una manifestación en el casco antiguoFranco no fue dictador sino "personalista", dice Francisca Gámez, que encabeza la lista de AP

Buenas noticias en el periódico y ya los primeros anuncios de los partidos que se preparaban para competir en las elecciones. Alianza Popular (AP), el partido del ex ministro franquista Manuel Fraga, lanzaba mensajes diariamente en esos días previos a la campaña electoral, que comenzaría el día 24. La precampaña había arrancado en Cádiz con palos de la Policía a los trabajadores, siguió con un mitin de Felipe González y acabó con otro de Rafael Alberti. Todo un torbellino de novedades entonces y de curiosidades para quien hoy se asoma a aquellos tiempos. Como la de hallar un anuncio de AP que abogaba por una política de vivienda que acabase de una vez con la especulación del suelo. O ese que decía: si quieres acabar con la corrupción, vota AP.

No eran sin embargo la corrupción ni la vivienda temas estrella en esos momentos. Lo era la falta de trabajo en una provincia con 30.000 obreros desempleados. Y bien lo expresaba el entonces director de Diario de Cádiz, Augusto Delkáder, en una conferencia que pronunció en Puerto Real. España, afirmó el periodista, no tiene otro camino para su futuro que la democracia, el gobierno de la voluntad popular, a lo que sólo tienen que temer quienes atesoran privilegios e injusticias. Y a continuación: Andalucía es la California de Europa, pero una California en la que campan por sus respetos el hambre, el paro y la marginación. La tarea de los hombres de este tiempo, dijo Delkáder, es levantar Andalucía. Él se sumaba a ese empeño.

Era mayo de 1977: aún no había una Constitución en España, aún permanecían las estructuras de un régimen en el que por decir cosas así algunos habían sido encarcelados durante años, otros se habían visto obligados a vivir exiliados y muchos habían sido en su día asesinados. Augusto Delkáder se jugaba mucho en ese momento. Mucho más de lo que hoy transmiten los distintos relatos de la Transición.

El franquismo estaba bien enraizado. Así se entiende que al anunciar en televisión que se presentaba a la elecciones, Adolfo Suárez considerase necesario aclararles a los españoles que él no era comunista. O que Francisca Gámez, que encabezaba la candidatura de AP al Congreso en Cádiz sostuviese en una mesa redonda que Franco no fue un dictador sino "personalista". España vivía, no obstante, un nuevo intento de crear un régimen democrático y en ello estaban los partidos, enfrascados en la tarea de definirse y explicarse. La UCD, de Suárez, lo tenía fácil: elija el centro, lo bueno de la izquierda, lo bueno de la derecha, le decía al lector de Diario de Cádiz a toda página. La Democracia Cristiana intentaba explicar que no era excluyente: no somos una religión, anotaba en un anuncio. En otros entraba en materia: queremos empresarios, no señoritos. El PSA, que llevaba en su lista al Congreso al empleado de banca Pedro Pacheco, pedía fe en Andalucía y confianza en un mundo en el que el hombre no fuese explotado por el hombre. Ramón Vargas Machuca, del PSOE, recorría la provincia anunciando las prioridades de su partido: terminar con el paro y conseguir el pleno empleo. En sus anuncios, el PSOE solicitaba a sus simpatizantes dinero para costear la campaña. Y en las mismas páginas que acogían los mensajes de los partidos, los lectores hallaban uno muy sugestivo: la llave de la felicidad está en un Seat 127.

Los Ayuntamientos de Arcos, El Puerto, Puerto Real, Olvera y otros le echaron un pulso a la autoridad competente superior y ese mes izaron en sus balcones la bandera de Andalucía. El de Cádiz puso la nota: decidió hacer una consulta popular en la que los vecinos votaban enviando un cupón a un notario. Si no se quiere poner la bandera, dígase claro y en voz alta, pero no se conteste con estos vericuetos, se lamentaba Delkáder en un artículo en el que la defendía como un símbolo de solidaridad de una región atrasada. También en esto se mojaba.

Los tiempos estaban cambiando, no había duda, les gustase a unos sí y a otros tan poco. Bien lo enseñaban la lista de obras más vendidas en la primera jornada de la Feria del Libro de Cádiz: en el primer puesto, Cante del pueblo para el pueblo, de Manuel Gerena; le seguían títulos de Santiago Carrillo, de Rafael Alberti y de Bakunin. En la feria se esperaba la presencia de Alberti pero el poeta, ya en Madrid, de regreso de un largo exilio, no acudió. Probablemente sopesaba pros y contras y esperaba un momento más propicio. Porque si bien había indicios de que sería bien recibido, también había otros.

Sin ir más lejos, un lector de Diario de Cádiz cargaba las tintas en una carta al director en la que les recordaba lo que había dicho Alberti al morir Franco a "quienes guardan fidelidad o tan sólo un buen recuerdo a la memoria del generalísimo". En noviembre de 1975, Alberti había declarado en Roma, donde residía como exiliado, que había fallecido "el mayor verdugo de la historia de España" y que "el fuego del infierno" era "poco para acogerle". El lector sentenciaba al poeta: "Difícilmente un alma humana puede albergar tan feroz odio y tan profundo rencor".

Pero el PCE tenía mucho tirón: unas quinientas personas llenaron un mitin en el instituto Columela de Cádiz. Ya había llegado la noticia de que Alberti lideraría la candidatura de los comunistas al Congreso por Cádiz. Poco después, la de que daría un mitin en la capital gaditana. En El Puerto, su localidad natal, reinaba una enorme expectación. Y eso que una década antes, explicaba un cronista, "pocos de sus paisanos sabían del entonces exiliado poeta y escasamente una minoría de más amplia cultura conocía su obra literaria".

El PSOE se movió rápido para tratar de contrarrestar al PCE y anunció a su vez la presencia de Felipe González en Cádiz. Lo consiguió: en un ambiente de auténtico acontecimiento, días antes de la llegada de Alberti, siete mil personas acudieron al mitin del líder socialista. Asistió incluso su madre. Hablaron Vargas Machuca y Manuel Chaves. Y luego Felipe González dejó varias frases para la Historia: defendió la nacionalización de empresas, dijo que la reforma agraria era necesaria y urgente y afirmó que los socialistas propugnaban una enseñanza laica, pública y gratuita. A quienes le achacaban falta de experiencia en el poder les respondió que esa clase de experiencia prefería no tenerla.

Una generación con ansia de cambios empujaba desde la derecha y la izquierda. "Más de diez millones de españoles que no hicimos la guerra tenemos asignaturas pendientes", rezaba la publicidad de la última película de Garci. Todo muy simbólico. Asignatura pendiente compartía cartelera ese mes de mayo en los cines gaditanos con Las tribulaciones de un chino en China y con La reencarnación de Peter Proud (un filme "altamente sensual"). En la Escuela de Náutica ponían Live at Pompeii, el mítico concierto de Pink Floyd. Y en el cineclub universitario del Columela, Le désordre à vingt ans, del "polémico" Jacques Baratier.

Mientras la provincia esperaba a Alberti, Ruiz Giménez, de la Democracia Cristiana, conseguía reunir en Cádiz a 3.000 personas y Alejandro Rojas Marcos, del PSA, triunfaba en Jerez. Durante muchos años nos enseñaron a ver a la oposición como algo "malísimo y culpable de todos los males", escribía un lector de Diario de Cádiz en una carta al director. Ahora, reflexionaba, escuchamos a los políticos que han vuelto del exilio y a los excarcelados y vemos que "algunas de aquellas personas malísimas entonces son normalísimas ahora, con ideas distintas a las de Fraga y los siete magníficos pero muchísimo más educadas, correctas y amantes de la convivencia pacífica que ellos".

Por fin llegó el día y Alberti se subió al tren camino de su tierra. Evitó el expreso Costa de la Luz, que entonces, sin puntualidad británica ni de otro tipo, empleaba oficialmente doce horas menos cinco minutos en hacer el recorrido entre Madrid y Cádiz. Alberti optó por el tren de la tarde, más rápido, pero no se libró de un viaje lento a causa de una avería. Los pormenores de ese viaje histórico los contó en Diario de Cádiz Agustín Merello, que acompañó al poeta y charló con él durante esa travesía en la que ambos se mostraron cautos. No hay sustancia política ni social en un texto que evoca el regreso a su tierra de un hombre al que le han impedido pisarla durante cuarenta años. Se aprecia un intento de no molestar más de lo inevitable. En la estación de El Puerto recibieron al poeta cientos de personas con una gran ovación. Pero en algunas calles asomaban pintadas que, anota Merello, no evocaban la concordia precisamente. Mejor optar por la prudencia entonces.

El esperado mitin de Alberti, también histórico, congregó el 23 de mayo a unas cuantas miles de personas en la capital gaditana. Si querían escuchar al poeta echar pestes de la dictadura que había secuestrado a la voluntad popular, si querían escuchar al exiliado animar a todos a terminar con las injusticias y los privilegios, se quedaron con las ganas. El acto lo abrió Rafael Ojeda. Cuando le llegó el turno, Alberti leyó o recitó un poema. Luego otro y así hasta seis o siete. La gente coreaba su nombre. Volaron globos blancos. En la tribuna, las banderas de España y de Andalucía. Carrillo había ordenado al PCE guardar la republicana.

La campaña oficial de las elecciones generales comenzó al día siguiente. ¿Por qué emigra nuestra juventud?, preguntaba Unión Regional Andaluza (URA) en un anuncio. Acabar con el paro y la emigración está en tu mano, afirmaba el PSOE. La UCD comenzó a incluir la foto de Adolfo Suárez en su propaganda. Y con un mensaje muy directo: vote centro, la vía segura a la democracia.

Los españoles estaban convocados a las urnas para el 15 de junio. Por lo pronto, ese 24 de mayo se despertaron con otra noticia impactante: el café subía un 30%. El superior, a 726 pesetas el kilo. En algunos corrillos se recordaba y se comentaba que días atrás, los periódicos habían publicado un anuncio: elija el centro, porque hay que detener la subida de los precios.

También días antes, Forges había publicado en Diario de Cádiz una viñeta que venía a anunciar el porvenir: cambiarían muchas cosas, mejorarían unas cuantas, pero nada ni nadie modificaría otras. Sobre una loma, en un paisaje de sembrados, un joven le explicaba a otro: "Algún día todo esto tampoco será nuestro".

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