La tribuna

La soledad del genio

La soledad del genio
Rosell
Francisco Núñez Roldán
- Escritor

A Antonio Rivero Taravillo, in memoriam

USTED quizá se lo ha cruzado por la calle. A lo mejor ha coincidido con él en un bar. O incluso le ha visto sacar en zapatillas la basura. O pasear al perro. Usted tiene derecho a ignorar que es el genio artístico que se considerará dentro de tres o cuatro siglos, si es que la humanidad y nuestra civilización llegan a tanto.

Leí una vez no me acuerdo dónde que una sociedad está autorizada a desconocer al genio que deambula entre ella porque, de saberlo, toda esa sociedad sería también genial. Es comprensible pena que desconozcamos quiénes representarán a nuestra época en las artes en general. Nos sorprenderíamos como se sorprenderían, de asomarse a nuestros días, los que convivieron con quienes –qué fácil ahora ¿verdad?– todos consideramos como las figuras supremas en varios campos artísticos. De ellos se habla, sus obras se leen, o se admiran en museos, o se comentan y se escriben sobre ellas sesudos textos que en su día poco imaginaban sus autores. Por el contrario, qué figurones y figurillas encumbrados por el poder de turno fueron alabados o hechos alabar en su tiempo y hoy son media línea, si lo son, en los tratados al respecto. El de la literatura, verso y prosa, es en especial un campo muy a propósito. Verdad es que, en nuestros días, la abrumadora propaganda impresa o televisada nos lo pone fácil: no resulta complicado discernir entre una obra interesante y la que nos obligan a creer que es interesante. De hecho, cuantísimos ostentosos premios literarios pierden fuelle no al año, sino a unos meses de su publicación, pese a la costosa inversión propagandística al respecto. Y paralelas de esas glamurosas obras, sin saberlo nosotros, andan las palabras que en un futuro definirán literariamente nuestro tiempo y que nosotros, por esa cercanía excesiva, no podemos apreciar pese a nuestra más que posible preparación en el tema. Díganme, si no, si eran lerdos quienes antes convivieron con el soldado y excautivo lisiado que escribía pero tenía que ganarse la vida como comisario para las galeras reales. O quienes no apreciaban los versos de un golfete cura cordobés que hubo de esperar a tres siglos exactos de su muerte para resucitar poéticamente. Y no hay que irse tan lejos. Al maestro cantor de santo Tomás de Leipzig lo eligieron tras desechar a figuras de más fama, y encima hubo de pasar años pleiteando con un rector correoso que le hacía la vida imposible. Más cerca en el tiempo y el espacio, ya me dirán del jurado que dio el primer premio en un concurso poético a un olvidado vate local y dejó segundo al más genial poeta portugués moderno. Y más cerca todavía: ¿qué me dicen de todo lo que se habla y escribe hoy acerca del esquivo y desdeñoso poeta sevillano del bigotito? ¿Eran estúpidos, incultos o insensibles los contemporáneos de Cervantes, de Góngora, de Bach, de Pessoa o de Cernuda? Seguro que no. Entre ellos había por fuerza gente con gusto y cultura. Pero no era el tiempo del genio, que precisa perspectiva para apreciarse en su tamaño real. Quizá por ello viene bien recordar un poema, justo de Cernuda, dedicado a lo que él llama un poeta futuro y en el que, de forma bellísima, el autor tiene la dolorosa certeza de su gloria venidera y comparte sus versos con alguien que sabe que lo leerá pasado el tiempo. Porque esa otra de las condenas del genio: intuir que lo es, que lo apreciarán otros tiempos y otras gentes mientras ahora se ve incomprendido por quienes realmente hablan otra lengua, aunque la piensen idéntica. Por todo eso, medite el lector cuando vea al vecino artista en la cola del super, en el bar de enfrente, o andando por la calle como exactamente el uno más que es. No es imposible que esté viendo a quien el futuro considerará uno de los representantes artísticos mayores de su tiempo. Y si luego no resulta así, no importa. Usted piénselo así, y juegue a adelantarse a la brumosa impenetrabilidad de sus días.

También te puede interesar

Lo último

stats