La esquina
José Aguilar
Felipe VI, más solo que nunca
DICEN que la fe mueve montañas. También que es ciega. Para alguien como yo, ajeno a la iglesia, un tanto ateo, poco creyente, vaya, que la Virgen pueda aparecerse en algún lugar está muy cerca de la fantasía. Y precisamente por esto, me interesa. Con ilusión he visitado la Casa de Oración de las Iluminadas de Puerto Real, calle Malagueñas 8, donde se dice que apareció la Virgen Blanca (así se denominó ella misma) el 11 de marzo de 1982 (noticia de la que se hizo eco Diario de Cádiz, por cierto). La amable Francisca Caro Falcón, hermana Paquita, testigo de aquel supuesto milagro, continúa aún hoy recibiendo a numerosos devotos en su casa, "un trozo de cielo en la Tierra" según mensaje divino. Paquita es el medio por el que la Virgen, el propio Jesucristo o numerosos santos se comunican con los creyentes, trastocándosele un ápice a la mujer la voz y la maneras. De entre los presuntos prodigios se suele destacar el acaecido en las bodas de plata del milagro original: la aparición en las manos de Paquita de algo parecido a perlas (la reliquia, que se asemeja a un Santo Rosario, se custodia en una vitrina). Hace poco estuve en Puerto Real, visita absolutamente aséptica, para entrevistar a Paquita y a varios de sus "hermanos". Hay dos motivos fundamentales por los que me interesa conocer un caso como el de la Casa de Oración de las Iluminadas: primero, como materia prima de posibles ficciones, segundo, por su vasto muestrario psicológico. Y, debo confesarlo, existe una tercera razón: la remota posibilidad de ver, oír, sentir algo inequívoco que logre introducir en mí esa fe de quienes creen a pie juntillas que todo lo que allí ocurre procede del cielo, por muy endebles que puedan ser las manifestaciones. He estado en casas supuestamente encantadas, lugares malditos y milagrosos, pero jamás he sido protagonista de nada. El problema es que no hace falta ver para tener fe (la fe es ciega) y yo sí necesito ver para creer. En cualquier caso, la visita a la Casa de Oración de las Iluminadas merece la pena, siempre desde el respeto y con la razón muy bien puesta. Hay que abrir muy bien los ojos y agudizar el oído. Quizás tengáis más suerte que yo.
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