Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Carlos García Cárdenas

Doctor en Ciencias de la Comunicación

El trágico hundimiento del 'San Telmo'

El 11 de mayo de 1819 zarpó del puerto de Cádiz, rumbo al Perú, una escuadra para servir de apoyo a las tropas que luchaban contras los independentisas, pero uno de los navíos nunca llegó

Interpretación de Berenguer del navío 'San Telmo', construido en El Ferrol

Interpretación de Berenguer del navío 'San Telmo', construido en El Ferrol

En el Boletín Oficial del Reino del 6 de mayo de 1822 se podía leer:

"En consideración al mucho tiempo transcurrido desde la salida del navío 'San Telmo' del puerto de Cádiz el 11 de mayo de 1819, en demanda del Océano Pacífico y dadas las pocas esperanzas que se conservan de que se haya salvado el buque, Su Majestad el Rey ha resuelto, a propuesta del capitán General de la Armada, que sea dado de baja el referido navío y los hombres que en él viajaban".

¿Qué pasó, pues, con este navío español desaparecido y los 644 hombres que llevaba a bordo para que, con este escueto pero elocuente comunicado, se les diera de baja?

La expedición del brigadier Porlier

El 11 de mayo de 1819 zarpó de Cádiz, rumbo al puerto de El Callao (Perú), una escuadra cuya misión era la de servir de apoyo a las tropas que luchaban contra los rebeldes independentistas, apoyados por la flota inglesa que comandaba Thomas Cochrane, aportándoles también dinero y determinados pertrechos.

Compuesta por cuatro barcos, dos navíos, el San Telmo y el Alejandro I, y dos fragatas, la Primorosa Mariana y La Prueba, suponían un total 1.400 hombres. A esta expedición se la llamó con cierta ampulosidad "División del Mar del Sur". En realidad, eran cuatro barcos poco presentables y mal pertrechados a cuyo frente se hallaba el brigadier Rosendo Porlier y Astequieta, un experimentado marino nacido en Lima en 1771 que había servido a las órdenes de Gravina en la batalla de Trafalgar y que iba en el San Telmo como buque insignia. No parece que acogiera con mucho entusiasmo este nuevo destino, habida cuenta del estado de abandono en que se encontraba entonces la Armada española y del desánimo de sus oficiales, hasta el punto de contarse que en el momento de partir se despidió de su amigo Francisco Espelius, capitán de fragata, con estas palabras: "Adiós, Frasquito, probablemente hasta la eternidad".

El San Telmo era un navío de línea correspondiente a la serie conocida como los Ildefonsinos, por el primero de ellos, el San Ildefonso. Diseñado por el ingeniero naval José Romero Landa, tenía 53 metros de eslora, 14'5 metros de manga, 7 metros de puntal y armado con 74 cañones. Se acabó de construir en los astilleros de El Ferrol el 20 de junio de 1788 y llevaba una tripulación de 644 hombres.

A la altura de ese año, el proceso emancipador de las colonias españolas en América se encontraba en uno de sus puntos más álgidos. Cuatro años antes, la expedición del general Pablo Morillo había conseguido importantes victorias militares frente a los insurrectos, sobre todo en la zona norte (Colombia y Venezuela). Sin embargo, en el cono sur americano, Virreinato del Plata, el foco independentista, por día que pasaba, presentaba mayores problemas para España. Argentina, prácticamente de facto, desde 1812 había cortado sus lazos con la metrópoli y lo mismo ocurría con Chile, que había precipitado su proceso de independencia, incluso, un año antes. Además, los deseos emancipadores de las minorías criollas de aquellos países se veían favorecidos, más o menos soterradamente, por los intereses ingleses a pesar de que en el Times del 15 de abril de aquel año se podía leer que el Gobierno de S. M. Británica castigaría muy severamente a todos aquellos que "ayudaran con provisiones de guerra o municiones a los insurgentes de la América del Sur".

Dificultades y contratiempos: la tragedia

La travesía transcurrió con normalidad hasta llegar a la línea ecuatorial. Fue entonces cuando el navío Alejandro I, poco antes de alcanzar el trópico de Cáncer, comenzó alarmantemente a hacer agua sin que las bombas de achique a duras penas pudieran reparar la avería, por lo que inmediatamente recibió órdenes de regresar a Cádiz. Este barco fue uno de los cinco navíos y tres fragatas que se compraron a Rusia en 1817 con el dinero que Inglaterra pagó a España por la supresión del tráfico de esclavos. Sin embargo, la operación resultó un sonado fiasco debido al pésimo estado en que se encontraban estas embarcaciones, hasta el punto de que tres de estos barcos a poco de llegar a Cádiz tuvieron que ser desaguazados. En consecuencia, el zar ruso, a modo de compensación, se sintió obligado a regalar otras tres fragatas más a España.

Tras recalar en Río de Janeiro y en Montevideo, cerca ya del cabo de Hornos, se dejaron sentir los temibles temporales, tan habituales por aquellas latitudes, lo que provocó que el San Telmo, atrapado en el epicentro de una de esas fuertes tormentas, sufriera una grave avería en el timón, quedando la nave ingobernable y a merced de las olas. También quedó seriamente dañada la verga mayor.

De la documentación que se conserva en el Archivo de la Armada, Alvaro de Bazán, poco o nada pudieron hacer las otras dos fragatas por socorrer al San Telmo. En consecuencia, ambas siguieron su rumbo, arribando La Primorosa al puerto del Callao el 9 de octubre, mientras que La Prueba, que siguió hasta Guayaquil, hubo de recalar unos días en el puerto de Paita, en el extremo noroeste del Perú, habida cuenta de que también había sufrido considerables averías en aquella tormenta y gran parte de su tripulación se encontraba bastante mermada, bien por las enfermedades o por desnutrición. A partir de ahí se perdió para siempre toda noticia sobre el San Telmo y nunca más se supo de sus tripulantes.

Los graves daños en la verga mayor y en el timón, a pesar de dificultar seriamente la navegación, no suponían averías lo suficientemente profundas como para que el barco se hundiera, por lo que cabe pensar que el San Telmo, yendo a la deriva, chocara con algunas de las islas que tendría a la vista. En cuanto a sus supervivientes, una vez desembarcados en aquellas tierras desconocidas, en pleno invierno, con muy pocas horas de luz y en condiciones infrahumanas, es evidente que no pudieran sobrevivir. Es posible también que parte de ellos lograran escapar en algunas de las naves auxiliares que llevaban a bordo (una lancha y dos botes), y que perecieran poco después tras cuatro o cinco días agónicos en los que el hambre, el frío y la desesperación hicieron el resto.

Cuando en febrero de 1819 el navegante inglés William Smith indagaba nuevas vías de penetración por el cabo de Hornos, divisó nuevas tierras, lo que motivó que hiciera expediciones posteriores. En la segunda de ellas descubrió y tomó posesión en nombre del rey de Inglaterra de un archipiélago que denominó Nueva Bretaña del Sur y en la tercera, al norte de la actual isla de Livingstone, vio lo que parecía los restos de un navío español, si bien, a su vuelta, el jefe del apostadero inglés de Valparaíso le impuso que guardara silencio sobre este hallazgo. No obstante, para comprobar lo contado por Smith, los británicos mandaron también al capitán Robert Fildes, quien en su diario anotó haber hallado los restos de un navío español, en clara alusión al San Telmo.

Algo parecido ocurriría tres años más tarde al descubrir el capitán Weddell en la bahía de Fildes de la isla del Rey Jorge (Antártida) otros restos que bien pudieran ser del navío en cuestión, esta vez con la novedad de un zapato aparecido de la misma época en que ocurrió la tragedia.

Bulos y noticias falsas

No obstante, tampoco faltaron las noticias falsas, por inverosímiles, que afirmaban que el navío no había sufrido ningún naufragio y que tras reparar sus averías en las costas chilenas arribó a El Callao. Así, según el periódico El Universal de 8 de agosto de 1820, el San Telmo, "después de haber reparado sus averías, a causa del temporal que lo separó de la fragata La Prueba, entró en el Callao de Lima en 2 de abril". Por el contrario, once años después, el Diario Balear de 29 de diciembre de 1830, haciéndose eco de una noticia aparecida en la Gaceta de Madrid, informaba que el capitán inglés Daniel Mombray afirmaba haber leído "en los papeles públicos de Buenos Aires" que un bergantín inglés cuando se acercaba a la isla de Madre de Dios vio como desde tierra unos 300 o 500 hombres, evidentemente náufragos, les hacían señales en petición de auxilio. Como quiera que temiera un tumulto si se acercaba a ellos, determinó regresar dejándolos a su suerte y que desde Buenos Aires se organizara una expedición para rescatarlos. De ser cierta esta noticia, cabe preguntarse si se trataría de la expedición de William Smith y si realmente salió alguna fuerza de rescate.

Al mismo tiempo, se especuló con una voladura del San Telmo a manos de Lord Cochrane, como daba a entender otro periódico, El Espectador de 28 de agosto de 1821: "El navío San Telmo se cree haya sido volado mañosamente en la recalada al puerto de su destino, pues que hasta el día se ignora su existencia, dando margen a sospechas, cuyo fundamento lo hacen girar en la táctica incendiaria de Lord Cochrane, ejercidas repetidamente con los cohetes".

Otra versión, esta vez novelada, es la que nos ofreció Pío Baroja haciendo referencia a lo que consideraba una historia increíble que había leído en un libro de Antonio de San Martín, un escritor de novelas populares de los primeros años del siglo XX. Así comenzaba el afamado novelista vasco su relato titulado El final del navío 'San Telmo', publicado en 1934 y luego recogido en sus Obras Completas. En él, según el relato fantástico de San Martín, Viaje a la Eternidad, se le conocía como el Navío Negro por las gentes de Cádiz, que pensaban que estaba gafado, daba mala suerte y acabaría teniendo un final funesto. Tras el naufragio es cuando entra en escena un tal Andrés de Arévalo, quien a bordo de un buque italiano, El Volturno, y tras dejar atrás el cabo de Hornos, una mañana vieron un gran banco de hielo que iba a la deriva hacia el este y empotrado en él aparecía una masa negra que, observada bien, parecía un buque. Al acercarse distinguieron un gran navío desarbolado que, aunque con la proa empotrada en el hielo, pudieron distinguir en su casco el escudo de España y en gruesos caracteres el nombre del San Telmo.

En la prensa gaditana tan solo encontramos una sola alusión a aquella escuadra naval. El Diario Mercantil, siete días después de salir el San Telmo para su fatal travesía, publicó una oda alusiva titulada A la expedición de Ultramar.

Caprichos del destino

Esta tragedia dio lugar también a una serie de hechos curiosos. Así, Antonio Quiroga, comandante del batallón ligero 1º de Cataluña, que inicialmente formaba parte de esta expedición, no llegaría a embarcar, pues, como quiera que en febrero de 1819 se desataron fuertes temporales en la bahía gaditana, la salida de los barcos de momento se suspendió. Posteriormente, por nuevas órdenes recibidas, fue destinado a otro nuevo cuerpo expedicionario mucho más numeroso a las órdenes del general O'Donnell. De esta forma, no solo se libró de una muerte segura, sino que pudo unirse al comandante Riego y con ello participar muy activamente en la revolución de 1820.

Algo parecido le ocurriría a Rey de Alda, futuro gobernador de Cochabamba, que solicitó a Porlier pasar del navío Alejandro I, que patrullaba por la zona de las Canarias, al San Telmo. Como quiera que éste le denegó tal petición, puso un recurso en su contra sin saber que gracias a ello salvaría su vida.

No faltaron tampoco las peticiones de pensiones para las viudas de los desaparecidos, lo que dio lugar a una serie de retrasos administrativos y pleitos que no se solventarían hasta 1829 cuando los deudos empezarían a cobrar buena parte de las cantidades solicitadas. Respecto al brigadier Porlier, dos años después del naufragio la Gaceta de Madrid informaba de un acto judicial por el que se hacía pública llamada a toda persona que se considerara acreedora de sus bienes, al darse por hecho, naturalmente, su desaparición.

Para colmo de infortunios, se dio la chocante circunstancia de que el Ministerio de Marina había acordado, por orden de 13 de noviembre de 1818, destinar la importante cantidad de 301.506 reales de vellón para la necesaria puesta a punto del San Telmo.

Entre el olvido y el corto reconocimiento

En los últimos años se han realizado algunas campañas arqueológicas en busca de los restos del San Telmo, como la llevada a cabo por el profesor Martín Bueno, de la Universidad de Zaragoza, al frente de un equipo interdisciplinar hispano-chileno. No hace mucho, tanto la Armada chilena como la española han puesto en marcha algunos proyectos de búsqueda de los restos del navío y de sus hombres (los primeros en llegar a la Antártida) en torno al cabo Shireff. Algo difícil de conseguir, dada la cantidad de restos de barcos por allí hundidos. De hecho, el Gobierno chileno descubrió una placa conmemorativa en el lugar de los hechos que reza así:

SITIO HISTÓRICO EN MEMORIA DE LOS TRIPULANTES DEL NAVÍO ESPAÑOL “SAN TELMO” QUE NAUFRAGÓ EN SEPTIEMBRE DE 1819. LOS PRIMEROS EN LLEGAR A ESTAS COSTAS Caleta de Shireff, febrero de 1993. INSTITUTO ANTÁRTICO CHILENO

En el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando existe una lápida que, a modo de epitafio, reza así:

A la memoria del Brigadier de la Armada D. Rosendo Porlier muerto en el navío de su mando San Telmo en un naufragio en el cabo de Hornos 1819.

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