DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

Fuera de 'swing'

NO es bueno jugar al golf, pero es bueno haber jugado. No digo que sea malo en sí, sino que fue malo para mí porque me obsesionaba, y para el campo por cómo lo dejaba. Sin embargo, haber jugado me ha dejado cuatro o cinco metáforas golfísticas muy útiles para la vida civil. Una es la importancia de tener cogido el swing, que es el movimiento, y que cuanto más natural y suave se haga, más eficaz resulta. Cuando uno está fuera de swing (y puede pasarle a los mejores), no hay remedio. Si se empeña más, más horroroso es su estilo, más maltratada la bola, más pobre el resultado y más contorsionado el nervioso jugador.

Como habrán adivinado, estoy pensando en Rubalcaba. Podría hablar, con un ejemplo menos discutible, de un boxeador grogui, pero no sería tan exacto: a Alfredo no lo ha golpeado nadie, y mucho menos Rajoy, tan a su bola, como en el golf, justamente. Aunque la metáfora suene regular, Rubalcaba lo que está es fuera de swing. Todo le sale mal, raro, torcido y doloroso. Por eso cambia tanto de táctica y de discurso, tratando de corregir el desaguisado anterior, y siempre para volver a fallar, pero por el otro lado. Se arrastra por el campo de juego de un modo zigzagueante, de acá para allá, como los peores golfistas (y sé de lo que hablo), y no en la línea recta y fácil -insultantemente indolente- de los maestros.

No hago pensamiento desiderativo. Vean: nada nos identifica más que nuestro nombre y qué lío freudiano tiene Alfredo o P punto o Rubalcaba o Pérez Rubalcaba u oh señor Rubalcaba. Tampoco con los colores se aclara: pasa del rojo, al gris, al azul… En los discursos no encuentra la postura: critica a Zapatero pero se siente orgulloso de haber formado parte de su gobierno, no le gustan los recortes pero bien que recortó, quiere nuevos impuestos a los ricos pero empezando por uno sobre el tabaco y el alcohol, que grava con independencia del patrimonio, cebándose en los más humildes… ¿Cuántas veces se ha tenido que desdecir ya, constante, nerviosamente, luchando contra sí mismo a brazo partido?

Esto no se explica sólo por su difícil posición de salida. Ha perdido el ritmo y no se halla, con lo que él ha sido. Puedo equivocarme, pero mi apuesta es que todo lo que haga por arreglarlo va a ser peor. Incluso ese último eslogan tirando de pundonor: "Yo no me voy a dejar ganar", ha sonado mitad a voluntarismo patético, mitad a poco respeto a las urnas. Su campaña irá de desacierto en rectificación hasta el final. Por el bien de España convenía que las elecciones hubiesen sido antes, pero se trató de darle tiempo al candidato socialista. Y se le va a hacer eterno.

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