Laurel y rosas

Juan CArlos Rodríguez

De la "suerte" del viñedo

UNA derrama de la historia agrícola son las medidas y los pesos. A través de ellos, de las que han desaparecido y de las que sobreviven, es posible encontrar algunas pistas sobre aquello que en el romanticismo se llamó el "alma" de un pueblo, que no es más que su propia identidad, es decir, lo que le hace distinto de lo que rodea. Afirma Jesús Romero Montalbán -del que pronto podrán leer su magnífico libro sobre el "El cerro de Santa Ana. Historia y culto"- que en Chiclana, siempre desde la perspectiva histórica que va del siglo XV al XIX, no hubo terratenientes. La comparación inmediata es con Jerez, con el cruce entre nobleza y grandes familias comerciantes de origen británico que se hicieron con su viñedo y expandieron su vino por todo el mundo. Aún hoy. Tanto como que en los relatos del japonés Haruki Murakami -premio Nobel de Literatura tarde o temprano- aparecen personajes que piden Tío Pepe con Perrier.

La identidad de Chiclana está en la superficie media de una viña, que aún hoy es una "suerte". La "suerte" es una medida que equivale a aranzada y media, es decir, 6.708 metros cuadrados, ni siquiera un campo de fútbol. De esa aranzada castellana que aún usan los viticultores chiclaneros, que deriva de lo que eran capaces de arar un par de animales de labor -bueyes o mulos- en una jornada. La "suerte" evoca un minifundismo provecto que está arraigado en nuestra historia y que es único en el Marco de Jerez. De esta "suerte se ha especulado mucho, aunque sigue sin darse por definitivo su origen. Su uso, aún hoy, en Chiclana como medida de superficie -y en concreto aplicada exclusivamente al viñedo- es, cuanto menos, particular y único.

Una de las atribuciones del Concejo municipal cuando éste hacía sus veces en el Antiguo Régimen -he encontrado procesos similares en Cataluña, Aragón, Inglaterra y Francia, aunque del siglo XVIII y XIX- era la adquisición, en pleno dominio o a censo, de tierras de pasto para aprovechamiento común de los ganados de todo el vecindario, así como de tierras de cultivo para formar "suertes" y darlas en arriendo. Domingo Bohórquez encontró en las actas capitulares referencias, por ejemplo, a que el Cabildo chiclanero se vio obligado en 1573 a desaguar y autorizar la plantación de viñas en la Laguna Grande y la Laguna Chica de Fuente Amarga. El Ducado de Medina Sidonia, al que pertenecía Chiclana, lo autorizó sorteando el terreno en "suertes" de 1,5 aranzadas. De ahí su origen.

La cercanía de Chiclana al "foco comercial gaditano" y su destino americano fue, sin duda, fundamental para el aumento de la explotación vitivinícola. El comercio con Ultramar llevaba vino de Chiclana en las bodegas de fragatas, bergantines y goletas al Nuevo Mundo. Agustín de Horozco en su Historia de Cádiz cita flotas de "diez y mas naos para Nueva España" en las que la mayoría de la carga era de "vinos de Xerés, de Puerto Real i de Chiclana". En el 5 de abril de 1575 las Actas Capitulares del Cabildo de Chiclana recogen, de hecho, que: "En las tierras de Hernán Pérez se an puesto viñas y dan mucho vino y bueno y de poco tiempo a esta parte an acudido a esta villa muchos mercaderes y an comprado y compran todo el vino que en esta villa y sus términos se coge para llevar a Yndias del Mar Océano del Rey Nuestro Señor y para Flandes y Francia y Portugal y otras partes".

El siglo XVI representó el esplendor del viñedo en Chiclana, que aún mantenía pulso con el olivar -de gran importancia por las mismas razones de exportación americana-, aunque los "sorteos" de terrenos de labor para el viñedo, ya no solo como arriendo, sino en propiedad, se repiten sobre todo en el siglo XVII. Francisco de Guzmán, vicario de las iglesias, y don Juan Alonso de Molina, alférez mayor, llegan a exponer en 1656 que "el Concejo desta villa estaba en costumbre de tiempo inmemorial a esta parte, desde la fundación desta villa de proveer tierras para plantar viñas". Y enumeran, ya entonces, que así ha sido en los pagos de Fuente Amarga, La Peñuela, San Cristóbal, Valcargado, los Tornos, La Laguna, Hernán Pérez, La Calera Alta, Las Lagunetas, del Hornillo y las Cañaíllas. Estos sorteos comienzan a desparecer en el XVIII. Aunque el viñedo como principal industria económica llegó a representar durante el monopolio gaditano a Indias una cuarta parte de la totalidad del viñedo plantado en toda la provincia de Cádiz.

Tal fue la importancia de estos sorteos de tierras para el viñedo que hoy la "suerte" sigue siendo símbolo del minifundio chiclanero. El vino, lo sabemos, ya no es lo que fue, aunque en 1970 aún existían 80 bodegas -en su mayoría familiares y mosteras, sin duda- y casi dos mil hectáreas de viñedo. La tradición minifundista en "suertes" trajo múltiples consecuencias, entre ellas, aquella de una ciudad sin terratenientes; otra, más contemporánea, la dispersión urbanística. Pero también la práctica vinculación hasta hace bien poco de toda una ciudad a la industria y la cultura del vino. Aunque hoy, sea una suerte, que aún nos queden viñas.

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