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Polvorones de arroz y turrón de coco y zanahoría para perros. Han leído bien. Se pueden adquirir en el supermercado del barrio, culmen del éxito en la distribución para quienes apuestan por la compra presencial. Es la demostración de que en la última década hay dos colectivos para los que todo se adapta: el turismo y las mascotas. Así son los tiempos. El fútbol se comió a los toros, el chándal al traje, la radio se transformó para convivir con la televisión... Los cambios sociales son cíclicos y evidentes. Pues ya tienen los dulces de Navidad específicos para los canes. ¿No hay belenes con ovejas, cerdos, pavos y patos? Pues postres navideños para la mascota de la casa. Guau. Eso de dar las sobras al perro es de malos amos (o dueños, o como diga la ley que se llamen ahora). Se acabó distraer el trozo de carne, chacina u otros restos y ofrecérselo al tierno animal. El perro tiene su saco de comida y su turrón. Los que nos honramos en formar parte de la asociación de amigos del polvorón de coco celebramos que en esta nueva apuesta se haya tenido en cuenta este sabor, tan orillado anualmente en las bandejas de variedades que endulzan las sobremesas de pascua. Con los de limón pasa lo mismo. Se repiten cada año los desprecios. Urge que haya también polvores de limón para los perros en esta sociedad tan marcada por los valores de Disney. Toda la vida admirando al lobo y al lince como animales aliados del turrón y resulta que al final es el perro. La idea será un pelotazo porque ya hay restaurantes donde los perros andan sueltos. Y nos referimos a los de cuatro patas. Se queja una señora al metre y le responden que el perro es un ser sintiente y que no pueden hacer nada. “Son ya como un hijo más, señora. Y a los niños de no se les corrige”. Toma del frasco, Carrasco. El perro daba vueltas como un tiovivo desparramando babas, por cierto. Uno ha tenido la fortuna de tratar con perros que han generado un cariño entrañable en un hogar, han llenado vacíos, han aportado fidelidad, ternura, alegría y gracia. Pero lo del turrón y los polvorones no lo vimos venir, como se dice ahora. Tiene su lógica si hay hoteles que admiten perros y residencias donde dejar al animal en verano. En una sociedad tan egoísta y tan poco dada a las renuncias, el perro genera mucha más fidelidad y menos trabajo que las personas. Por eso hay que mimar al perro. Esperemos que, al menos, sirva para no abandonarlos en la carretera cuando llegue julio. Un perro nunca será una persona por mucho que coma polvorones, salvo que la sociedad se atrofie un grado más en ciertos criterios. Pero deben ser cuidados con responsabilidad. Y hay amos tan indecentes en el trato que dispensan a la mascota como tontucios que los igualan a los seres humanos hasta la histeria.
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