En tránsito
Eduardo Jordá
¿Por qué?
Pasada la Purísima todo se acelera. Más, cuantos más años se tienen. Una vida entera parecía vivirse entre el primer día de las vacaciones de Navidad, sorteo de la lotería de fondo, y el siete de enero. Un suspiro parece ir ahora de Inmaculada a Epifanía. No solo es cuestión de edad, también de aceleración de los ritmos de la vida, boicoteo de los calendarios sentimentales y los tiempos litúrgicos que anticipan la Navidad a noviembre, saturación de anuncios brilli-brilli, abarrotadas grandes superficies en las que muchos parecen comprar con desesperación, sin alegría, con los nervios a flor de piel y el ánimo dispuesto a la trifulca, como si afrontaran una obligación penosa o cumplieran una condena.
Quienes hemos conocido la evolución de las Navidades de los años 50 a las de los 60 nada tenemos contra la abundancia, el consumo y la satisfacción de los deseos. Todo lo contrario. Comprar, regalar o recibir regalos son cosas muy agradables. Rebasar los límites de lo necesario para gozar de lo superfluo procura lo más parecido a la felicidad que el dinero pueda comprar. Pero cuando de esa felicidad se pasa al consumismo compulsivo todo se tuerce.
Algo parecido sucede cuando se pasa de unas luces que adornen las calles con motivos relacionados con lo que se celebra (que es el nacimiento de Cristo) a una competencia entre los millones de led con los que las ciudades se iluminan cada vez antes, convirtiendo lo simpático en la competencia caza turistas y titulares entre los 11 millones de luces repartidas en 460 calles y plazas de Vigo, los 126 kilómetros de calles iluminadas de Barcelona, los 13 millones de luces en 240 emplazamientos de Madrid o las 300 calles decoradas y las 32 grandes palmeras de luz (a las que en las redes les han colocado su correspondiente Zaqueo) de Sevilla.
Bien está que las calles se embellezcan, por supuesto, y que las luces se reflejen en los ojos de los niños. Pero, como sucede con el consumo, hágase con mesura disfrutona y un sentido democrático del reparto de las luces que embellezca todos los barrios y evite la agobiante masificación al concentrar las más espectaculares en las céntricas calles comerciales. Amable –con su hermosa cohorte de sinónimos: afable, agradable, cordial– es quizás la palabra que mejor exprese lo que se ha perdido.
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