Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Ussía, del humor a la ira
Fue Del amor, del humor y de la ira, el primer libro de artículos que nos regalaron por Navidad, de Alfonso Ussía, con el permiso de su amigo Antonio Burgos, uno de los principales exponentes de la opinión conservadora. Solía valerse Ussía del humor como arma principal de su literatura, utilizando con habilidad aquellos usos ya en desuso de cierta vieja aristocracia fuera de sitio a la vez como crónica, como crítica y hasta como propia caricatura, y que tuvo en su idealizado marqués de Sotoancho el genial epígono. Hay mucho de Wodehouse en las andanzas del marqués por La Jaralera, al que no resultaba ajeno cierto entronque con El Puerto de Santa María, la tierra de su abuelo materno, Pedro Muñoz Seca, fusilado en Paracuellos.
Con una elegancia natural no exenta de talento para analizar la realidad cotidiana desde la crítica mordaz, y claros referentes de estilo (Jardiel, Neville, Foxá…), a su posicionamiento como columnista de referencia en Abc y en revistas políticas como aquella Época de su amigo Jaime Campmany, unió sus celebradas colaboraciones en radio, primero en la Antena 3 de Martín Ferrand, pero sobre todo en El debate del estado de la nación de Luis del Olmo, semanal exhibición de talento y humor donde coincidieron gente de la altura de Antonio Mingote, Tip, Coll, Chumy Chúmez o el gran Manolo Summers. En cualquiera de los sitios, siempre puso por delante sus fuertes convicciones, particularmente su fidelidad a la monarquía que le venía de cuna (su padre fue uno de los que dejaban su sobre en la bandeja de plata a la entrada de villa Giralda en Estoril…) o su idea innegociable de España y sus queridas Vascongadas.
Precisamente un exceso en la crítica al nacionalismo vasco, unido al creciente peso de la burguesía bilbaína en Prensa Española, motivó su abrupta salida de su periódico de siempre, para acabar recalando en otros medios afines, primero en La Razón y ya más recientemente en El Debate, la rescatada cabecera creada por Herrera Oria. Pero ya nada fue lo mismo. Aquella ira que aparecía al final del título del libro de mi juventud empezó a coger más protagonismo en sus escritos, en un ambiente cada vez más agrio y polarizado, que casaba poco con su pose distinguida y britanizante. Lo que no puede esconder la valía de quien, sin duda, ha sido una de las firmas más brillantes de nuestro tiempo.
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