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Que se ponga el jefe

Una variante de "amar al prójimo tanto como a uno mismo" debe ser "reformar al prójimo como a uno mismo"

Whatsapp se ha convertido en el último refugio del quintacolumnismo. Lo que no se dice en público jamás ni en las redes sociales más públicas por miedo a lo políticamente correcto o se dice muy poco y en cuentas anónimas, circula como la pólvora de móvil a móvil. Lo hemos podido comprobar con la apoteosis del 8M y los chistes explosivos de la resistencia.

Uno de ellos, que me ha llegado lo menos quince veces, decía: «Ring, ring… "¿Es la Asociación Feminista Radical?", "Sí, diga" "Dile al jefe que se ponga". Lo dramático de ese chiste es que retrata perfectamente el estado o la jerarquía de los partidos políticos más radicalmente feministas, de aquellos que van a sacar más rédito (según sus cuentas electorales) de la movilización feminista. Fíjense en él, Pedro Sánchez. Fíjense en él, Pablo Iglesias.

Si yo fuese una feminista radical, antes que gritar consignas indignadas contra la sociedad machista y patriarcal, miraría lo mío. A fondo. Esa debería de ser una línea de actuación generalizada. Si me perdonan la cita: sacar primero la viga del ojo propio y después ponerse a operar la mota en el ojo ajeno. También lo he dicho, que conste, de aquellos más afines ideológicamente, como cuando animé a mis amigos distributistas a rajar menos del liberalismo y a forjarse esforzadamente un distributismo propio, familiar, cotidiano.

Lo mismo, con más eficacia que yo, hace Jordan B. Peterson cuando se dirige a los jóvenes que critican el sistema: "¿Que todo es un asco? Bien, pues ordena tu cuarto". Hay una parte del universo sobre la que uno tiene un control real: su yo. Lo lógico es empezar la reforma por donde uno sí puede. Con eso, se conseguirá, primero, un arreglo efectivo al menos; segundo, la posibilidad de que cunda el ejemplo; y tercero, en todo caso, no dejarnos arrastrar por los ímpetus reformadores, tan satisfactorios y fotogénicos, pero en alas de la incoherencia y la irresponsabilidad.

Una variante de "amar al prójimo tanto como a uno mismo" debería ser "reformar al prójimo sólo como a uno mismo". Hacerle la autocrítica al vecino es mucho más que un anacoluto: es una lata. Para el vecino. Y para los que lo oímos. Criticar por sistema al sistema es sintomático. Empezar el cambio cambiándote no tiene más que ventajas. Margaret Thatcher o Angela Merkel deberían ser iconos del feminismo. ¿Suena raro? Más raro me suena a mí que lo sean Pablo Iglesias o Pedro Sánchez.

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