Tribuna libre

Rafaela Becerra Procopio

El olivo de Santa María

Uno de los seres vivos más longevo de Cádiz, al parecer, está en peligro de muerte si no se remedia a tiempo. Se trata de un árbol, pero no un árbol cualquiera, es nada más y nada menos que un Olea europea, vulgarmente llamado: Olivo. Árbol mítico por excelencia.

Hace 4.000 años A.C. Los olivos ya eran muy aprecidos en la antigua Mesopotamia y su llegada a Europa probablemente tuvo lugar de manos de fenicios y griegos, en tránsito por Chipre, Creta e islas del Mar Egeo, asíque es fácil pensar que fueron ellos los responsables de la expansión de este cultivo por todo el Mediterráneo.

El olivo siempre fue una especie muy venerada por las diferentes civilizaciones. Los griegos le dieron una importancia capital, considerándolos un árbol sagrado y mágico. En la ciudad de Atenas estaban completamente decorados sus jardines con olivos, considerándoseles como la planta principal y nadie podría cortarlos o herirlos sin sufrir la pena del destierro. Sirva recordar como premiaban en la antigua Grecia a los vencedores en las Olimpiadas con una corona realizada con las hojas de los olivos más antiguos de Creta.

Los romanos tuvieron la misma veneración, convirtiendo a esta planta en un símbolo de paz y fertilidad. Actualmente, más allá de las diferencias de culturas, razas o religiones, el símbolo de la paz está representado por una paloma portando en el pico una rama de olivo.

Pero no intento aquí glosar todos los muchos simbolismos que tiene este ser viviente, aunque sí su significado para esta ciudad de Cádiz, de donde ean autóctonos, así como sus ancestros parientes los acebuches. Por tal motivo, los griegos dieron el nombre de Kotinusa a la mayor de las islas Gadeira, debido a la abundancia de olivos allí existentes. Y en esos mismos terrenos, precisamente, donde un día existió la llamada Kotinusa, se fundó en 1469 de nuestra era la ermita de Santa María del Arrabal y que pasado el tiempo en 1527 pasaría a ser nuestro actual convento de Santa María, en pleno barrio de su nombre.

El olivo al que hago referencia formaba parte de lo que en su día fue el huerto del Convento, que con tanto mimo cuidaban las monjitas. Quién sabe si bajo su sombra, nuestra paisana, la monja-poetisa María Gertrudis de Haro y Ley, llamada la Hija del Sol, no escribió por 1787 aquellos versos que dicen: "O ser que me das el ser, / Toma este ser, que me das, / Que yo no quiero ser más / Que ser en quién es mi ser".

Pero ahora, una vez cerrado el convento, y en espera de obras de reforma, nuestro viejo amigo vive en soledad, sin manos que lo cuiden, y sin rezos ni cánticos de maitines que le acompañen en su lento malvivir, apareciendo su copa tímidamente por encima de la tapia de la calle del Mirador, como en un intento de querer pedir auxilio.

Hoy, aún estamos a tiempo de salvar a nuestro legendario paisano, promocionándole una digna vejez antes que una lechada de hormigón le caiga encima sin remedio.

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