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No puede decirse que, en todos estos años de gobierno de Pedro Sánchez, la prensa independiente haya reaccionado tarde o con escasa contundencia. Desde que las iniciativas del presidente socialista despertaron recelos y se comprobaron sus deliberadas faltas de veracidad, la opinión pública, no comprometida con sus cambalaches, tomó partido, desde sus respectivos medios, de forma racional, alertando de los peligros que acechaban ante las imprevistas derivas, ocasionadas solo por ambiciones personales de poder. Sin estridencias, esta prensa ha respondido, desde entonces, mostrando preocupaciones propias de una sociedad que, en su mayor parte, ha asumido la defensa de la democracia como función prioritaria. Poco a poco, esta opinión ha ido elevando su tono ante los cada vez más evidentes desafueros del Gobierno. Por eso, si bien fue justo reconocer el buen papel desempeñado por la prensa durante la pasada Transición, también debería reconocerse que no ha sido menor su labor, en estos últimos años, al denunciar, los riesgos –por desgracia, aún latentes– del sanchismo. Firmas apenas activas se han sentido llamadas y han vuelto a los periódicos con el mismo fin. Una vez acabado –ojalá sea pronto– este triste episodio, con el resultado de un partido, el PSOE, éticamente acabado, debería recordarse esta voluntad manifiesta, día tras días, de tantos periodistas e intelectuales entregados a desenmascarar los indignos entresijos sanchistas y, a su vez, reclamando firmeza constitucional a sus lectores. Sin embargo, también habría que tomar conciencia del limitado poder que tiene la palabra para movilizar a ese otro público: el de la calle. Posiblemente la palabra y la denuncia que la acompaña no han caído en saco roto, su efecto ha cundido, pero su trascendencia en la colectividad apenas es perceptible: no se siente obligada a reaccionar o no sabe cómo. Incluso cabe sospechar que la repetición, en la prensa, del cada día más de lo mismo, sirve de analgésico e inmuniza a una sociedad que quiere saber, pero le cuesta exteriorizar sus desacuerdos. Puede que este sea el otro gran problema que ha puesto de relieve lo vivido en estos años: ¿Cómo movilizar la colectividad, la sociedad civil, la calle, cuando hacerlo resulta necesario y se tiene razón?
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