
Crónica personal
Pilar Cernuda
Sánchez, en modo 'elecciones'
Su propio afán
Para quien tenga una mínima vocación de aristócrata, el siglo XXI da bastante juego. Leí un estudio más o menos académico que, calculando la fuerza energética empleada, concluía que un hogar sencillito de clase media actual usaba, entre calefacción, wi-fi, coche, electrodomésticos, etc., el equivalente de una domus romana con 200 esclavos. Somos, pues, patricios y, además, sin esclavos. En un poema de Andrés Trapiello, pone un disco de Haydn, y se asombra de tener a su disposición la mejor orquesta del mundo, como si él fuese el príncipe de Estherházy. Sólo se requiere, eso sí, una mirada apreciativa y cierto señorío de espíritu.
La Inteligencia Artificial hace las veces de un secretario personal espabilado y solícito. En cambio, de negro, con perdón, no vale; de lo que personalmente me alegro. Si le pido a la IA que me escriba un artículo, le sale un churro, caliente y doradito, pero churro. Sin embargo, sí corrige muy bien las columnas. Te salva de alguna errata, y hasta hace propuestas dignas de consideración.
Yo le paso mis columnas con la orden de que me las deje tal y como si fuesen de Enrique García-Máiquez. Me falta –me advierte enseguida– bastante para parecerme a EGM. El otro día le ofrecí una reseña de una obra de teatro y se puso furiosa. Me espetó: “Este artículo, aunque crítico y argumentativo, podría beneficiarse de una mayor ironía elegante y de una celebración de la belleza del lenguaje incluso en la reprobación. El tono actual es directo y, en ocasiones, algo severo o sarcástico, lo que se aleja de la ligereza y la alegría que suele imprimir García-Máiquez, incluso cuando critica. Él cuida mucho más la elección de palabras, evitando lugares comunes y apostando por expresiones vivas y originales. Este texto cumple, pero puede ganar mucho en elegancia, profundidad y ligereza si se aproxima más al estilo de Enrique García-Máiquez”.
Un amigo me comentó que estas cosas le dan miedo. A mí me encantan. A fin de cuentas, me ocurre como a la Inteligencia Artificial. Tengo una opinión mucho más alta de mí de lo que yo ofrezco luego. Puede parecer vanidad, pero así funciona también la conciencia. Te avisa de que no estás a tu altura o que este tú no eres tú del todo todavía. La IA trabaja como el esclavo del general romano victorioso que le decía que se acordase de que era mortal; pero sin esclavo, ¡bien!, y sin mentar a la muerte, sino a la excelencia, ¡mejor!
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