Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
La impresión que Pedro Sánchez va dejando de nuestro país por los foros internacionales es difícilmente empeorable. Se le relaciona con saunas, corrupción y autoritarismo y, lo que es peor –para sus homólogos–, de querer escaquearse de pagar la cuenta de la OTAN. Andaba yo muy cabizbajo por el orgullo patrio, que me consume.
Sin embargo, me animó el acordarme de Luis Rosales, que decía que el español se manifiesta al mundo en dos arquetipos: el hidalgo, esto es, el hijo de algo; y el pícaro, esto es, el hideputa. Más timorato, yo no hubiese usado esta palabra, ni siquiera por el amor a los paralelismos; pero aquí se utiliza como condición moral y no como calificación a nadie, que es un tema delicado, a pesar de Koldo, Ábalos y las saunas. Estoy convencido de que doña Pérez-Castejón, señora de Sánchez y madre de nuestro presidente, es una estupenda persona, aunque no diría lo mismo de ella como educadora. El caso es que Sánchez, en lo que a representar a España se refiere, nos vale de pícaro de manual: resulta un Buscón ejemplar.
Pero, y los hidalgos, ¿dónde se andan? En el pueblo. Basta escarbar un poco entre los detritos culturales que nos han echado encima para que el pundonor salga a relucir. Si uno se fija en sus viajes al extranjero, a menudo somos más serios que los demás europeos. Ni hacemos el hooligan como ellos ni encajamos los insultos y las bromas igual de bien. Queda un eco del Greco en nuestro ecosistema ético.
Ahora mismo, en el tren, lo he visto claro. Una chica ha pedido a su compañero de asiento que cambiase el sitio con su amiga para ir juntas. El chaval, inglés, ha dicho que no: que prefiere la ventana y que él va bien donde va. En el coche ha cundido la estupefacción masculina. No hemos parado los cuatro hombres de hacer sofisticadas combinaciones hasta que las dos amigas han podido sentarse juntas. El inglés miraba atónito. Nadie le ha recriminado nada: no es español.
Luego las chicas, ya juntas, han sacado sus sendos móviles y no han cruzado palabra en todo el viaje; pero lo importante era el orgullo silencioso del deber cumplido de los cuatro varones de edades y tribus urbanas muy diversas. En el ángulo oscuro del alma de cada español, de su dueño tal vez olvidada, duerme la hidalguía. Esperando la mano de nieve (o de fuego) que venga a llamarla.
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