El futuro por la espalda

Los protagonistas de las novelas distópicas no saben que viven en el futuro y nosotros tampoco

Les traigo un trío de ases encadenados, con su tesis, antítesis y síntesis. Empecemos por el estupendo columnista José F. Peláez, que ha dicho: "La derecha lista estaría produciendo 50 series distópicas acerca del mundo tras el auge de estos populismos. Y otros 50 documentales sobre el comunismo. Pero nada. Están a sus cosas".

Olivier Rey, matemático y filósofo francés, autor de Engaño y daño transhumanismo, ofrece la antítesis. Sostiene que dar una patada para delante a la pelota de la atención hacia un futuro, ya lo pinten idílico, ya terrorífico, es un truco del transhumanismo (y de todos los otros -ismos, siempre entreverados de futurismo). No quieren que recapacitemos sobre lo que está aquí: el transexualismo dogmático -véase el libro de Braunstein La filosofía se ha vuelto loca (Ariel, 2019)-, el aborto terapéutico, la mercantilización de la procreación humana, la ideologización de la tecnología, la pérdida de la identidad cultural y hasta biológica, etc.

La síntesis la hace Fabrice Hadjadj, que se ha marcado una obra de teatro sorprendente: Juana y los poshumanos (Homo Legens, 2019). Aúna ambos extremos, porque la historia es una distopía que cumple los parámetros del género… ¡denunciando lo que está pasando ahora mismo! Hadjadj lo avisa: "No me he inventado nada. Ni siquiera he escrito este drama -más bien, lo he transcrito. Me ha bastado con […] subir un par de niveles el indicador de las mutaciones que ya están en curso".

Por ejemplo, explica cómo los teléfonos móviles fueron el arma definitiva contra la familia, que había superado tantos embates de lobbies y doctrinas. Allí, la rebeldía suprema es quedarse embarazada del hombre al que se ama, como empieza a serlo aquí. Los niños con discapacidad son los salvadores de un mundo donde rige (con mano de hierro) la eficacia y el hedonismo. Hay un mercado negro de carne sin adulterar. Impera este mantra: "Ni un segundo sin flujo multimedia". Allí se dicen: "Nosotros no hablamos de suicidio, como los reaccionarios detractores de la DeMo. Hablamos de la culminación de la libertad".

En general, estamos muy preocupados con el futuro y, en estos días, más; por eso creo que la lección que dan entre estos tres escritores hay que tenerla presente. Necesitamos, como advierte Peláez, muchas más distopías, más que nada para ver bien que las tenemos encima. Cuidado, que el futuro ha empezado a atacarnos por la espalda.

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