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historia Se cumplen 25 años del hermanamiento entre Cádiz y Brest

Manuel Pacheco Albalate / Grupo De Estudios Esteban Boutelou De La Universidad De Cádiz

La fragilidad de la memoria humana

En los actos de unión de ambas ciudades todos olvidaron la estrecha relación que mantuvieron en el siglo XVIII

La memoria humana permite al hombre almacenar, retener y evocar aquellos acontecimientos que en el pasado le dejaron una importante impronta, los que le impactaron, aquellos que, o bien le dejaron una huella psíquica, o una marca física en su propio cuerpo. Pero el constante paso del tiempo hace que nuevas sensaciones, que nuevos acontecimientos lleguen al individuo, a ese almacén inagotable de recuerdos que es la memoria, superponiéndose a los que ya se poseían, de tal forma que la llegada de estos últimos quedan en la superficie mientras que los más lejanos pasan a ocupar un menor protagonismo. Nos encontramos ante la fragilidad de la memoria, nos hallamos ante el olvido. De aquí que el hombre recurra a la tradición de levantar monumentos, monolitos, estatuas, obeliscos que conmemoren tal o cual acontecimiento, que nos hagan recordar el hecho o suceso ocurrido hace tantos años, que el paso de los mismos no nos haga arrinconarlos, que cada vez que nos crucemos con ellos, su simbología, nos evoque el pasado.

No es mi intención hacer un estudio de Psicología porque, por supuesto, reconozco ser un profano en la materia y por tanto sería un aventurero irresponsable si me introdujera en semejantes lides, pero sí quiero poner énfasis, destacar, hacer referencia, a cómo sucesos importantes, hechos históricos, se pierden en la memoria entrando en una fase de olvido que no dejan, a veces, más que un pequeño rastro de lo que aconteció.

Viene todo esto a cuento de que hace veinticinco años, exactamente en el mes de mayo de 1986, se hermanaron la española ciudad de Cádiz con la francesa de Brest. Creí, en principio, que el acontecimiento respondía a rememorar las ayudas que mutuamente se prestaron ambas ciudades en el siglo XVIII. En 1735, cuando llegan a El Puerto de Santa María las preciadas aguas de los manantiales de La Piedad, más concretamente a sus fuentes de Las Galeras y del Sobrante, este preciado líquido fue gratis para los portuenses que podían obtenerlo de sus caños, pero no así el que se embarcaba para la ciudad de Cádiz, que no lo poseía, y también para los muchos barcos que en estas fuentes se avituallaban, quienes debían abonar la nada despreciable cantidad de un maravedí por cada arroba de agua (16,14 litros). Sin embargo, en el Cabildo municipal del 8 de octubre de 1735, el alcalde mayor comunicó a sus miembros que según instrucciones de Tomás de Idiáquez, capitán general de estas costas, a los navíos de la escuadra francesa surtos en la Bahía que vinieran a hacer aguadas en las fuentes recién construidas, se les darían todas las facilidades y quedarían exentos de tener que abonar cantidad alguna, de la misma manera que se obraba con los barcos de Su Majestad cuando estos tocaban puertos franceses, entre ellos el de Brest.

Significativa fue también la colaboración que se prestaron ambas ciudades durante la alianza franco-española contra los intereses de la Gran Bretaña en la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos, de acuerdo con el Tercer Pacto de Familia de los borbones. Primero cuando en el verano de 1779 se propagó una fuerte epidemia de peste y escorbuto en los barcos de la flota aliada que se hallaban dispuestos para invadir Inglaterra, debiendo retirarse a la ciudad de Brest donde en hospitales y lazaretos, unos y otros, fueron alojados para recuperarse de sus enfermedades. Y segundo, y dentro de la misma contienda, cuando en la escuadra francesa fondeada en la bahía gaditana, organizando el tercer cerco a Gibraltar, se produjeron violentas epidemias de tercianas, ofreciendo la ciudad de Cádiz y la de El Puerto de Santa María instalaciones donde ubicar hospitales para convalecer a los marinos de la armada gala. Durante el periodo comprendido entre 1780 y 1783 la bahía gaditana, con grave riesgo de su propia población, fue todo un puro lazareto ofreciendo a las franceses sus instalaciones tanto, como hemos dicho, para sanar a los tripulantes de sus navíos, como para evitar que la epidemia se transmitiera a los puertos franceses. De modo que éste era otro importante motivo para que se hubiese iniciado el hermanamiento, pues una de las causas principales para efectuar este lazo de unión está en función de la Historia, de los hechos comunes en que se ven envueltas las ciudades a lo largo de sus existencias.

Así que busqué insistentemente el expediente de hermanamiento para estudiarlo, analizarlo en profundidad y ver cuál fue su desarrollo, en qué apartados, o en qué aspectos se fundamentaron para establecer las relaciones fraternales entre ambas ciudades. Al final, como veremos, quedé un tanto perplejo con lo analizado, con lo que fueron las bases para el acercamiento de Brest y Cádiz.

La iniciativa partió de la oficina de Relaciones Internacionales y Hermanamientos de Brest, regida por una ley francesa de 1 de julio de 1901, por la cual, entre sus objetivos fundamentales constaba el favorecer los intercambios universitarios y deportivos, los aspectos sociales y económicos, la cooperación en el traslado de las familias entre las ciudades hermanadas, o las manifestaciones culturales y deportivas. En base a ello decidieron los responsables de esta entidad convocar el I Simposio de las Ciudades Gemelas y Amigas a celebrar en esta localidad bretona en la semana del 2 al 6 de mayo de 1986, con la participación de las ciudades con las que ya se habían establecido vínculos de hermanamiento, y con otras a las que se les brindaba la posibilidad de adherirse, como el caso de Cádiz. Para ello, a mediados de febrero, el teniente alcalde Gerald Phillips, desde Brest, telefoneó a la Alcaldía gaditana exponiéndole el deseo, pues valoraban, habían sopesado, las muchas similitudes históricas que se daban en ambas ciudades (puerto, atraques, emporio romano, comercio naval, puerto militar, resurgimiento de las colonias, construcción naval, investigaciones sobre acuicultura, bahía, deportes náuticos), y que todo esto le sería completado y mejor expuesto por el teniente alcalde y encargado de la misión Alain Maurech, quien giraría visita de cortesía a la ciudad el 25 de abril. Con el encuentro personal de invitación venía también la carta de presentación de su ciudad, los créditos que la avalaban: que tenía una antigüedad de dos mil años, que siempre había sido puerto militar, que fue atacada por piratas del norte y que a eso se debió que fuese una ciudad amurallada, que renació en la Edad Media europea al despertar el comercio Atlántico, que era muy privilegiada por su posición en el Atlántico justo en la boca del Canal de la Mancha y no muy lejana del Mar Mediterráneo, debido a lo cual sufrieron ataques ingleses durante la Guerra de los Cien años, y así, paso a paso, a grandes rasgos su devenir en la historia hasta su participación en la Segunda Guerra Mundial, pero ni una sola letra de los acontecimientos que hemos relatado, de los sentimientos y vivencias de sus poblaciones dándoles albergue y calor humano a los que padecieron las epidemias allí y aquí. Pero todavía nos quedaba una esperanza. Los franceses vendrían a Cádiz en devolución de visita el 31 de octubre, y esperábamos que su alcalde, Carlos Díaz, que no había podido desplazarse a Brest enviando en su nombre a Hipólito García, en el discurso de recibimiento, en la loa de nuestras tierras, en su exposición, no olvidaría lo que habían significado las contiendas y los hospitales y lazaretos del siglo XVIII para franceses y españoles.

Y analizamos meticulosamente sus palabras. Basó su discurso el alcalde gaditano en la honra y la alegría que les producía el ofrecimiento que se había recibido "…pues las características de ambas poblaciones y las expectativas de colaboración que se abren significan la práctica seguridad de que el acuerdo que nos reúne hoy aquí no se va a fundar en un gesto meramente formal y protocolario", y continuó haciendo un balance de las afinidades, de las convergencias entre ambas poblaciones marítimas. Que las dos eran puertos importantes del Atlántico, con cualificados centros de construcciones navales que han sido, y siguen siendo en parte, la columna vertebral de su ser como ciudades; la similitud geográfica, la rada de Brest y la Bahía de Cádiz; sus situaciones en torno a importantes arsenales de Marina de Guerra; el que ambas hayan sido ciudades amuralladas; que han tenido escuelas navales; que han sufrido ataques desde el mar, casi siempre por británicos y holandeses; y poco más. Consistió casi todo en un recordatorio geográfico y de buenas intenciones. Nada de lo que nosotros tanto buscábamos, y es que este hermanamiento, a diferencia de otros que se suelen cimentar, fundamentar, en la común historia, que la había, se desvió hacia próximos intereses económicos, de frente común de las ciudades marítimas europeas, pues, en aquel mismo año de 1986, el 1 de enero, España había ingresado en la Comunidad Económica Europea.

La memoria se desvaneció, imperó el olvido de los padecimientos en guerras y epidemias de aquel siglo XVIII, y una nueva historia empezó a construirse de inmediato. Por eso, sí me quedo con lo afirmado por el alcalde gaditano: "La historia sólo tiene verdadero sentido como prólogo de nuestro presente".

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