En España, no hay desayuno con periódicos, programa matutino de televisión o radio en la ducha bien temprano que no se lea, se vea o se oiga un titular donde aparezca la palabra "excelencia o excelente", "referencia o referente", pronunciada por el político o gestor de turno. Todo lo que se hace, o peor aún todo lo que se dice que se va a hacer en nuestras instituciones públicas, se haga o no haga, va a ser "de excelencia" o va a ser "de referencia" en el mundo. Tengo un amigo, que dice que cuando oye estas declaraciones de un político o gestor ya sabe como va a acabar aquello y quien lo dice es una persona con amplio recorrido institucional. No creo que le falte razón. La excelencia se ha convertido en una carta de presentación con ribetes dorados, la mayor parte de las veces sin ningún contenido y el motivo es bastante sencillo: a los políticos y gestores solo les vale los resultados inmediatos, el corto plazo, las victorias rápidas, y eso es absolutamente incompatible con la excelencia. La excelencia se gana poco a poco, día a día, sacrificio a sacrificio, ordenando y poniendo en marcha ideas, más que poniendo medios millonarios sobre la mesa. No es nuestro país precisamente un lugar donde a los políticos les guste crear cosas cuyos beneficios puede que los disfrute alguien que no sea él, en otras palabras algo que no les de notoriedad inmediata, buscando votos o protagonismo. La mejor manera de llegar a ser excelentes y ser referente en algo es partiendo de la normalidad, es decir, empezando a ser normales, ser igual de buenos, para empezar, que lo que nos rodea, ese debe ser el primer objetivo. Intentar pasar de la subnormalidad a la excelencia tiene truco, es simple y llanamente un engañabobos. Hay muchos que tienen la excelencia como objetivo, porque decir que vamos a intentar ser normales suena a fracaso. No tengo ninguna duda que siendo poco más o menos normales es suficiente para conseguir el éxito en cualquier ámbito de la vida.