Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Vox, un estado de ánimo
Acota Leopardi, en sus Pensamientos, lo efímero del encanto amoroso del aguafiestas. Su tristeza gusta, nos dice, sólo mientras se presupone que detrás de esa melancolía ceniza late la inteligencia. El tiempo, sin embargo, revela su vacuidad, y las mujeres, esclarecidas, tuercen al final por la alegría. Me he acordado del poeta leyendo los habituales ejercicios deconstructivos del mito de la Constitución en su día grande. Nada que celebrar, dicen los enemigos de la fiesta entre semana, antes de recordarnos el magma sucio de nuestra modernidad, trufada de eso que se ha llamado, castiza y franquistamente, el atado y bien atado. La filosofía política y la teoría constitucional se han esforzado en darnos argumentos sobre la conveniencia de hacer de la propia Constitución un símbolo moral que integre a los ciudadanos. Hoy ese patriotismo luminoso no puede seducir a nuestro macizo de la raza, los viriles lacayos del imperio, tan antinacionales ellos, ni tampoco a los narcisistas revolucionarios para quienes el consenso, la existencia de un mínimo espacio no antagónico de fraternidad, esa farsa, es incompatible con su anhelo agónico de una biografía épica y antifascista, y, sobre todo, con ese otro afán mucho más pueril, y autoritario, de decidir sobre todo sin límite. La incomodidad de ambos, en el fondo, no es con la Constitución de 1978, sino con la propia forma en que se expresa la democracia tras la segunda postguerra mundial. Ante la incapacidad de levantar mitos democráticos, el resentido busca su autoestima en algo más fácil: el desprecio de los existentes. Sí fingen celebrar la Constitución, en cambio, eso que llamamos los dos grandes partidos. Hacen la mueca sin encontrar el tono, muy probablemente porque a estas alturas han perdido la noción del significado moral de un pacto así. Celebran la Constitución de todos traduciéndola en beneficio propio y frente al adversario ideológico, es decir, instrumentalizándola al servicio de su inquina. En el 47 jubileo de la Carta Magna el diario El Mundo nos ha hecho saber que un 52% de españoles ya no considera válido este texto. Es probable así que en su próximo 50 cumpleaños la festividad del 6 de diciembre se celebre como un Día de la Expiación en su puro sentido bíblico. Veremos tal vez a la Constitución –a sus hombres y a su tiempo– cumpliendo una nueva función: ser el chivo que expía nuestra incapacidad para construir un horizonte común. Como al aguafiestas de Leopardi, el tiempo nos revelará, tarde o temprano, la medida de nuestra mediocridad. Nuestra imperdonable falta de alegría.
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