Antes y después

Lo honrado es mirar el antes y el después con los mismos ojos abiertos con que vemos todo arder

Asistimos como en primera fila a las horribles revueltas en los Estados Unidos. Con el corazón en un puño vemos brutales agresiones de hordas que no tienen respeto por el sexo, la edad o la aplastante inferioridad numérica de sus víctimas, ni, por supuesto, por la propiedad ni privada ni pública. Linchamientos, saqueamientos de tiendas, destrozos urbanos, vandalismo al por mayor y mucha violencia gratuita. Ni siquiera el cine y las serias nos han insensibilizado tanto como para asistir con indiferencia a esto.

Aun así, el problema, para mí, está antes y después, más que ahora. ¿Dónde se reservaba, fermentando, tanto odio y tanta insensibilidad en tantos? Hay que pensar que todos los que participan en esa orgía de la alteración ciudadana han pasado por las escuelas, ven la televisión, oyen la radio, se relacionan con sus vecinos, hacen la compra y tienen una vida familiar. ¿Cómo es compatible aquello con esta repentina explosión destructiva? ¿Cuántos mecanismos civilizatorios han fallado estrepitosamente?

Y el después todavía es peor. En pocas ocasiones se ve tan claro aquello que nos dejó dicho Sócrates para la eternidad: el mal daña más a quien lo hace que a quien lo sufre. ¿Con qué heridas en el alma no volverán a sus normalidades los que hayan desatado sus peores pasiones en este espectáculo de fuego y furia? ¿Hasta qué punto se podrán reintegrar en una vida cotidiana? ¿Cómo retomarán sus relaciones familiares, sentimentales, sociales, laborales?

Lejos de mí la desesperanza cívica y mucho menos dar por perdido a ningún ser humano, pero lo honrado es mirar a esos problemas del antes y, sobre todo, del después con los mismos ojos abiertos con que ahora lo vemos todo arder. Entiendo, gracias al antropólogo René Girard, que estas situaciones de crisis se desatan por y a la vez desatan aún más el mimetismo de las masas. Muchos se dejan arrastrar por una furia colectiva que devora prácticamente su libertad de individuos.

Pero también explica Girard que la única manera de romper los ciclos del mimetismo es una radical conversión personal, que no parece que nadie se preocupe de ofrecer a estas gentes y que, para ser honestos, no parece que ellos busquen entre saqueo y saqueo. Así, cuando todo pase, se retirarán a sus cuarteles de invierno, con sus heridas abiertas y sus odios latentes, hasta el próximo -cada vez más violento, más irracional, más frecuente- estallido.

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