cine madariaga

Kiko Cuadrado

101 dálmatas

07 de marzo 2012 - 01:00

ACIERTAS edades algunos se convierten en nostálgicos. A mí me parece un error. No creo que tiempos pasados fueran mejores. No me habría gustado vivir en tiempos de los romanos, ni en la primera o segunda guerra mundial, ni en la guerra civil española. Me tocó nacer en los cincuenta del siglo pasado y punto. Otra cosa distinta es que sí guarde buenos recuerdos, que de vez en cuando me alegran la vida. Los malos ratos, los traidores, la mala hierba y otras cosechas venenosas encontradas en el camino se me olvidan. Algo debe funcionar bien en el disco duro de mi azotea, que borra todo lo malo. No guardo rencor a nadie. El que lo hace y además odia, termina sufriendo y envejeciendo muy de prisa y no estoy por la labor.

Una cosa que guardo con especial cariño es haber visto, junto mi madre y mis hermanos, todos juntitos, en el Cine Madariaga, la película 101 dálmatas, película animada de Walt Disney Pictures, estrenada en los Estados Unidos en 1961. Cuenta la historia de Pongo, un perro dálmata que forma una familia con Perdy, una perra de su misma raza, al mismo tiempo unen a sus dos amos, Roger y Anita. Poco después, la pareja trae al mundo a 15 cachorros que se convierten en el objetivo de la malvada Cruella de Vil, que con ellos quiere tener los 99 que necesita para hacer de los perritos abrigos de piel. Film entrañable, sobre todo para los niños.

Parece que ahora, lamentablemente, han aparecido algunos Cruella de Vil, pero con otras ideas distintas a la malvada en cuestión. Se trata de una fobia a la raza canina. Al considerado por todos, el mejor amigo del hombre. La cuestión radica en buscar 101 motivos para multar a los dueños de perros y hacerles la vida imposible a ambos. Cierto es que más de un amo de perro se merece multa y castigo, por guarro, desaprensivo e insolidario. Al final termina pagando justo por pecador, lo que no deja de ser otra gran injusticia. Suma y sigue.

Pero también existen 101 razones para multar: a los gamberros que hacen sus pis en cualquier lugar de la calle o casapuerta, a éstos también por no llevar bozal, porque pobre del que le llame la atención. A los que maltratan a otro ser humano, a los que llevan discotecas adosadas a sus coches, a los que trafican con droga a escasos metros de colegios e institutos, a los que no respetan las señales de circulación, a los que toman el carril bici ataviados con casco, maillot, culote y bicicletas preparadas para la velocidad, como si estuviesen en un velódromo, sin entender que dicho carril es de paseo, o de circulación en bici. También a los que vuelan en motos cual Valentino Rossi, sin carnet, sin casco y poniendo en grave peligro su vida y la de los demás, a los que llenan de basura y contaminan los parques naturales (el Carrascón está de pena), a los que explotan, a los que roban, a los que asesinan, a los que violan, a los políticos corruptos… Todas estas gamberradas son cometidas por animales de dos patas, a los que por cierto no se les exige vacunación contra la rabia, ni ir atados, ni sus padres tienen responsabilidad penal sobre ellos. Existen 101 razones para multar con buen criterio e intentar enderezar a los cafres y hacer una sociedad más justa. Un lugar en el que podamos vivir todos: seres humanos, aunque algunos sean peores que alimañas, perros, gatos, elefantes, gaviotas, gorilas, e incluso los pájaros de mal agüero a los que quiero referirme. Existen también 101 argumentos para que los más quejosos del daño perruno prediquen con el ejemplo y sean mejores padres, mejores vecinos y mejores ciudadanos. Todos lo agradeceríamos una jartá.

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