DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

El conejito

EN los primeros días de clase el profesor se juega el curso como los alumnos en los exámenes finales. Nos lo advirtió Eugenio d'Ors: ellos te calan en el primer segundo y es para siempre. El profesor, por tanto, además de explicar las reglas de la asignatura y animarles a comenzar con ganas, tiene que preocuparse mucho por dar la mejor imagen que pueda, el pobre.

El docente también observa a sus alumnos con la intención -puro instinto de supervivencia- de hacerse cuanto antes una mínima composición de lugar. Pero es inútil: son muchos y con cara de póquer, así que se halla ante un muro inescrutable de ojos que le escrutan. Hace unos años ayudaban bastante los piercings y los tatuajes: los llevaban los malotes -en el sentido más amable de la palabra-, por lo que esos ya venían avisando. Pero ahora se ha extendido la moda y el más tatuado o agujereado puede ser el chico más apacible y encantador y hasta el más ingenuo del grupo. Hemos perdido una orientación muy práctica.

Mientras nos escrutamos mutuamente, quizá lo que más me llama la atención es el conejito de Playboy. Es impresionante lo que se reproduce el dichoso animal. Uno se lo encuentra en las carpetas de muchas alumnas, en sus pulseras, en sus colgantes, en sus relojes, en sus móviles e incluso nítidamente estampado, feliz, glorioso, sobre su piel, todavía dorada.

El susodicho conejito es el símbolo de un grupo multimedia de pornografía, por lo que no deja de ser chocante que unas chicas tan concienciadas y actuales le hagan propaganda gratuita a una empresa capitalista que, a fin de cuentas, vive de explotar a la mujer objeto. ¡Ay, si doña Concepción Arenal levantara la cabeza!

Alguna vez alguna alumna me ha explicado que porta el conejito porque le parece chulo -en el mejor sentido, supongo, de la palabra- y no porque sea el anagrama de una revista u otra. Yo la creo; pero en cualquier caso es llamativo que no produzca un rechazo instintivo, como el que, salvando las enormes distancias, provoca una esvástica, por muy dinámico y rúnico que pueda ser el dibujo en sí.

Estas modas juveniles ofrecen dos aspectos complementarios. El primero, pesimista, nos lleva a reflexionar sobre el poderoso prestigio de lo peor, que muchos se apresuran a imitar, algunos incluso imitan la estética -pantalones caídos, zapatillas sin cordones- de los presidiarios. El segundo, positivo: ni el tatuaje más extenso marca a nadie. Nada nos dispensa de conocernos. De lo que me alegro, porque es uno de los mayores atractivos de mi trabajo. A partir de ahora, después de estos días de suspense, no pararé de llevarme sorpresas agradables.

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