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DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

Sobre citas

UNA amable lectora me escribe para quejarse de que en mis artículos cito a demasiados autores. Lo hace con un tono un punto desabrido, la verdad. Pero no deja de enternecerme hasta el borde mismo de las lágrimas que alguien muestre tanto interés en leerme exclusivamente a mí durante los dos mil seiscientos siete caracteres de esta columna. Dios se lo pague.

Saca, además, un tema literario, algo polémico y que, por variar un poco, no habla de la crisis. Hay quien mantiene que citar se ha vuelto tan fácil con Google que ya no merece la pena. Bueno, pues si fuese tan fácil, mucho mejor. La gracia de una buena cita no está nunca en el alarde de memoria, sino sencillamente en que venga a cuento y eleve el hilo o lo ahonde. Qué extraña resulta una concepción de la literatura en la que se valora el más difícil todavía, como si estuviésemos en un circo.

Mucho más sensato es lo que objeta mi lectora. Escribe -y espero que no le fastidie que, ejem, la cite- que con tanta frase entrecomillada "se apabulla al lector", que se va sintiendo cada vez más en peligro, "como si una biblioteca enorme fuese a caerle encima" mientras parece que "en lo alto el autor se pavonea de su Cultura". Glup.

En realidad, uno procura todo lo contrario. Jamás cito para esgrimir el argumento de autoridad sino por la autoridad del argumento (como precisó -o pudo haber precisado- Santo Tomás de Aquino). Y también para agradecer la enorme deuda que todos tenemos con algunos. Nuestras opiniones más nuestras nos las han formado las opiniones convincentes de los otros, y no está de más reconocérselo. La inteligencia, como demuestran los coloquios platónicos, es una conversación, y no un monólogo (al menos no un monólogo mío).

Para evitar la incomodidad de la amable lectora ante la muchedumbre de autores que inevitablemente se acaban apiñando en una columna, se inventó tal vez el plagio. Lo bueno del periodismo, observó Pla, es que se puede plagiar con toda tranquilidad. Se puede y, visto lo visto, conviene.

Si yo no plagio lo que debiera, y prefiero una copiosa lluvia de comillas, no se debe a un escrupuloso respeto a la SGAE y a los derechos de propiedad intelectual, ni mucho menos. Lo que cantó Manuel Machado de las coplas ("Tal es la gloria, Guillén/ de los que escriben cantares:/ oír decir a la gente/ que no los ha escrito nadie") puede pensarse con más razón de las ideas. El verdadero problema del plagio es que en él mismo va su penitencia. Los que te leen te comentan luego por la calle que lo más les gustó de todo lo tuyo fue aquello. ¿Aquello? Sí, sí, aquello. O sea, lo que le copié a Chateaubriand.

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