DECÍAMOS en nuestro anterior artículo que Sor María Gertrudis Hore 'La Hija del Sol', nos dejó dentro de su legado literario un romance manuscrito en el que narra con inusitada prontitud aún estando en clausura, el desgraciado accidente ocurrido en nuestra ciudad el 14 de febrero de 1779, domingo de carnaval.

En uno de los manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid estaba conservado, entre algunas de las creaciones de la poetisa, un romance endecasílabo fechado a 17 de febrero de 1779, en donde a partir del séptimo cuarteto evoca la catástrofe vivida por El Puerto:

/Dígalo entre otros muchos espantosos/ sobre los más Recientes de estos tiempos, / el más imponderable duro golpe, / que ha de llorar eternamente el Puerto. /

El día probablemente amaneció nublado y con amenaza de lluvia, como acostumbra la climatología cuando Don Carnal se acerca anticipando así la gran catástrofe que sufriría la ciudad a media mañana. La fiesta se transfiguró en tragedia.

Los vecinos de El Puerto de Santa María vivían principalmente del comercio, disponían de una vía única por mar de acceso difícil; los barcos se enfrentaban continuamente a un camino marítimo en muy mal estado. Es fácil entender que la existencia de dos caminos, uno por mar, otro por vía terrestre, permitiría una mejora de los intercambios comerciales así como una mayor seguridad para la población.

La construcción de un puente facilitaría el flujo de mercancías entre Cádiz y El Puerto, a la vez que permitiría mejorar la situación comercial en decadencia ya en los años 1770. Por tanto, las autoridades decidieron la construcción de un puente (el de San Alejandro).

Para llevar a cabo el proyecto se requirió la ayuda del conde de O'Reilly, quien decidió que se construiría no en las ruinas del puente romano sino donde había sido edificado un muelle de madera llamado el «Muelle de Estacas». Se dispuso la construcción de un puente de madera (y no de piedra) cuya parte central, las compuertas, permitirían el paso de los barcos que llegaban de Jerez de la Frontera. El puente se construyó siguiendo los planos elaborados por don José Molina con las directrices marcadas por don Antonio Hurtado. Era de madera, sobre estacas, con dos pilares de piedra y siete barcas. Tenía una dimensión de 206 varas y media (v = 0,836 cm) siendo su anchura de 8 varas y media, con un barandal de vara y media de alta por ambos lados. En el centro del puente se encontraba la zona levadiza, formada por dos compuertas, con una longitud de 9 varas que se elevaban para el paso de las embarcaciones.

Concluidas las obras y realizadas las pruebas pertinentes, se destinó el domingo día 14 de febrero de 1779 a las 11 de la mañana para la inauguración del puente. Al acto acudió una gran multitud de todas las clases sociales. El primero que pasó el puente fue el conde de O'Reilly con su familia y sus acompañantes, permitiéndose posteriormente la entrada del público que se agolpaba en los accesos para poder pasarlo, pues como ya algunos lo habían atravesado en días anteriores no existía temor en la población para volverlo a hacer o realizarlo por primera vez.

Sin embargo como una gran muchedumbre se paró encima de las compuertas, éstas se desquiciaron y muchas de las personas que estaban encima cayeron al río. Del número de vecinos y visitantes fallecidos no existe con claridad una cifra exacta, aunque ésta se podría situar un poco por encima de los 100. No obstante, existe una lápida conmemorativa en la Iglesia Mayor Prioral que señala la cantidad de 111 personas. Los días 14, 15 y 16 de febrero se hicieron funerales en la Prioral a un total de 105 personas que perecieron ahogadas.

El hecho de que no hubiera más fallecidos fue porque inmediatamente se facilitaron lanchas y todo tipo de embarcaciones por ambos lados del río, que permitieron socorrer, en primera instancia, a muchos de los que habían caído. Entre las víctimas se encontraban personas de todas las clases sociales; perecieron sacerdotes, autoridades como el alguacil mayor de la ciudad don Juan Izquierdo, padres con sus hijos, vecinos, cuñados, etc. Los entierros fueron de muy distinta categoría, desde los pomposos hasta los de beneficio, pasando por los gratuitos y de limosna.

Tras el accidente, y una vez se realizadas las obras de reparación necesarias, se abrió de nuevo el puente el día 25 de febrero, dándose la curiosa circunstancia de que muchas de las personas que pasaron por el mismo eran de las que se habían caído unos días antes.

"La Hija del Sol" dejó esta reflexión para las futuras generaciones de portuenses:

/Llegó aquel instante apetecido, /del día fatal Catorce de Febrero, / Domingo Carnaval, donde los gustos, / buscan Correspondencia a los deseos. / A las once del día, en que impaciente/ el Confuso Concurso de aquel Pueblo, / por Siglos numeraba los minutos, / que tardaban lograrse sus proyectos. /

La confección de la anterior entrega de El orden de los tiempos y de la que tiene el lector entre sus manos, no habría sido posible sin adentrarnos en los estudios y publicaciones del Doctor en Historia por la Universidad de Cádiz Rafael Sánchez González, y en los de la doctora en Letras y Civilización Hispánicas por la Universidad de París VIII Frédérique Morand.

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