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Alberto Grimaldi
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Guerra pertenece a una generación cuyo molde ya no existe. Con su personalidad arrolladora es capaz de conectar sin usar las redes sociales. Cautiva con la mirada y la palabra. Es cierto que a veces nos engañó como a chiquillos, pero con más arte de la oratoria y empaque. Los cortoplacistas que nos gobiernan, en cambio, no saben, por muy telegénicos que resulten. Incluso se ignora si serían capaces de escribir un artículo de pensamiento. Guerra representa lo contrario y quizá por ello no pertenece a su mundo. Es un político culto, audaz, de dialéctica endiablada y está de vuelta de la catedral, lo que le convierte en más temido para quien pretenda someterlo. La impenetrable mirada del flamante Premio Clavero que concede este Diario recuerda a la de El Cardenal que pintó Rafael. Proyecta seguridad y un cierto rasgo enigmático con su media sonrisa. Imbatible. Tiene tan claras sus ideales que los suyos le creen peligroso para la causa.
Apenas se reconoce en su partido desde que se entregó al independentismo. Sánchez respira por la herida presumiendo de que su Gobierno es más limpio que el de Felipe. Mañana inicia la negociación con Cataluña para cerrar el acuerdo de financiación. Lo que se apalabró es un concierto fiscal a la carta, pero utilizan el término más amable del cupo catalán de la solidaridad, como la generosa dádiva que entregará la Generalitat al Estado. ¿Cómo demostrarán que no habrá privilegios, que los andaluces gozarán de los mismos servicios y que la solidaridad y la igualdad de todos seguirán vigentes? No se fían ni los barones socialistas por más paños calientes que ponga Montero. Tras recaudar todos sus impuestos, la Generalitat sólo estará obligada a abonar una cantidad –que nadie sabe cómo se calcula– para financiar los servicios que presta la Administración. ¿Y quién garantiza que mañana los independentistas no utilicen tanto poder para primar a los empresarios afines y penalizar al resto? Como sabe que es imposible, el Gobierno propone tratar igual a todas las regiones: más autogobierno para vaciar al Estado de competencias. Justo lo que Guerra advirtió el primer día. Por supuesto que también cometió errores, pero pasará a la Historia por su papel esencial en el tránsito de este país a la Democracia y no todos podrán presumir de ello. Con un puntito de guasa se define en la actualidad como el político más moderado de España. Fijo que quienes le conocen sonreirán para sus adentros, pero con la mayoría de líderes hoy dan ganas de llorar.
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