Hace unos días viajaba en el autobús una señora con gran parecido a Susan Sarandon. O con cierto parecido. O con poco, que en esto de las semejanzas faciales nunca se afina lo suficiente. Lo que en verdad llamaba la atención eran sus ojos saltones y abiertos. Y quizás ese detalle bastaba, y también su edad aproximada, para pensar en la actriz y recordar algunos de sus mejores papeles. Como el de esposa sumisa y paciente, nada libre, de Primera plana, capaz de esperar infinitamente en un taxi y un tren a causa del gusanillo periodístico de Jack Lemon. O su antagónico papel de Louise, la compañera de aventuras y libertades de Thelma que huye de la justicia y de su propia vida buscando un horizonte existencial lo suficientemente nuevo como para empezar otra vez. Y la monja que aplaca la angustia de Sean Penn en la espléndida Pena de muerte, un personaje que, esta vez sí, sabe que la raíz de la libertad está en la verdad.