A Pilar Ravina, en la Andalucía inglesa que es Cádiz -decía Pemán-, la conocíamos por el apellido de Manolo, su marido, y de sus cinco hijos. Su muerte casi repentina me ha recordado la muerte ya lejana de mi madre, de la que fue inseparable amiga y a la que ella ha recordado estos años con ese calor perpetuo que parece privilegio de la familia. Anteayer sentí que mi madre había muerto un poco más con Pilar y lo dije, pero una amiga de ambas comentó lo que estarían disfrutando del reencuentro, y eso era indiscutible, y le sonreí, agradecido.

El cariño de Pilar resultaba más emocionante porque ella era muy poco de efusiones sentimentales. Lo suyo era un amor románico, adusta como una ermita en un campo, sin adornos innecesarios, firme como una roca. Y lo heredamos los hijos de su amiga.

Yo, desde muy pequeño, porque era compañero de clase de su hijo mayor. En el colegio no jugábamos juntos demasiado, pero los fines de semana las dos amigas conspiraban para que nos hiciésemos íntimos. Pablo Lacave venía a pasar fines de semana a mi casa y yo iba a la suya en Cádiz o a la maravillosa finca de la Alcaría. Salía ganando. Pablo caía en una urbanización de preadolescentes y vueltas en motito, mientras que yo navegaba en el velero de sus padres, si nos quedábamos en Cádiz, o hacía vida de château entre los alcornocales. Allí leí, me acuerdo como si fuese ayer, mi primer libro en inglés, en la estupenda biblioteca que había sido del sacerdote anglo-andaluz Alfonso de Zulueta, conde de Torre Díaz, tío de los Lacave y propietario primigenio de aquella casa. Fue, además, un título simbólico: How to be a brit, de Georges Mikes.

El cariño de Pilar se palpaba en bienes menos raíces. Una vez en su casa le celebré mucho una milagrosa mousse de esponjoso chocolate. Desde entonces, cada vez que la hacía, apartaba un poco para mí y se la daba a mi madre. Eran detalles pequeños, constantes. Estaba atenta a mis libros, mis artículos, mis presentaciones y mis ocurrencias, y no por mí, sino por su amiga, lo que yo le agradecía infinitamente más.

Triunfaron en su complot para que los hijos nos hiciésemos amigos, y el resto de los hermanos. Pilar ha sido una agente de la amistad secreta, de camuflaje en su reciedumbre exterior. Ha dejado un ejemplo de matrimonio sólido, una familia modélica y amistades inquebrantables hasta para la muerte. Se pueden dejar otras huellas, pero no mejores.

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