Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Conspiración?
De poco un todo
sI esto fuese una crónica de la presentación del manifiesto de Libres e Iguales en el Oratorio de San Felipe, podría recrearme en dos o tres anécdotas significativas, como el largo aplauso, el más sonado de la noche, a Ramón Arcusa, del Dúo Dinámico. Pero siendo una columna, me limitaré a mi opinión estricta sobre el asunto.
Los intervinientes hicieron gala de un sentido constitucionalismo. No tanto de la Constitución del 12, que lógicamente se nombró con la debida veneración, como de la más o menos vigente del 78. Por lo tanto, no hubo ni una crítica al Estado de las Autonomías. En su tiempo, algunos advirtieron que el Título VIII de la Constitución nos abocaría a los nacionalismos rampantes. Y ahora vemos que, con independencia de que fuese o no irremediable, es, en efecto, lo que ha pasado. Ni mentarlo en un análisis de la situación actual es ponerse, de algún modo, en aquella tesitura que diagnosticó Gómez Dávila: "Los tontos se indignan tan sólo contra las consecuencias".
Lejos de mí llamar tontos (ni sugerirlo siquiera) a Arcadi Espada, tan incisivo; a Cayetana Álvarez de Toledo, tan imperial; ni a Carlos Herrera, tan sagaz. La insistencia constitucionalista, sin distinción de títulos ni disposiciones adicionales, es la manera de hacer un manifiesto de mínimos, esto es, de abrir transversalmente sus puertas a cualquier español. Igual que su retórica al ralentí y la casi nula apelación al sentimiento patriótico. Eso lo comprendo bastante bien.
Pero lo cortés no quita lo valiente. Y nos hace una falta con urgencia algo, un partido unitario o un movimiento civil, que impugne a las claras el Estado de las Autonomías. Por amor al pensamiento causal, por supuesto. Y, además, estratégicamente; porque, como denunciaron los presentadores del manifiesto, aquí existe la obsesión por ganar el centro. Si unos defienden la Constitución y otros la Secesión, luego llegan los más con el "ni pa ti ni pa mí", y nos quedamos (hasta volver a empezar) con el apaciguamiento, la negociación o el federalismo, lo mismo dan. Padecemos un centrismo centrifugado, que no para un segundo. Para anclar las posiciones, alguien tiene que ofrecer un contrapeso teórico firme y, en lo político, audaz, que se plante ante esta danza sin fin del juego de la silla. Interesa tanto a los que pensamos que las autonomías son un derroche como a los que las quieran defender. A éstos más, si se piensa.
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